viernes, 21 de diciembre de 2012

MI PEQUEÑO GRANITO DE ARENA

A todos los que nos dedicamos a la educación o la formación y trabajamos con adolescentes o jóvenes nos sucede a menudo. Con frecuencia nos asalta la sensación de que todos nuestros esfuerzos son inútiles, de que nuestras palabras caen en saco roto, de que no avanzamos. A veces incluso tenemos la sensación de remar contra el viento, de retroceder, de estar solos en una batalla contra el mundo. Sin duda, los ambiciosos, y hasta cierto punto utópicos, objetivos de la educación provocan con frecuencia dudas e incertidumbres. ¿Lo estaré haciendo bien? ¿Es esto lo que debo hacer? ¿Vale la pena tanto esfuerzo?

Un día nos creemos los dueños del mundo, con capacidad de influir sobre nuestros alumnos, de hacerlos reflexionar, de convertirlos en dueños de su destino, y al siguiente nos sorprendemos recogiendo del suelo todas nuestras expectativas e ilusiones hechas pedazos. Es fácil sentirse derrotados montados en esta montaña rusa emocional. Con seguridad muchos profesores y padres experimentan estas sensaciones.

Para enfrentar estos momentos es bueno recurrir a la perspectiva. Tomar distancia y observar la situación en su conjunto, buscar esa virtud que habita en el término medio, y huir de posiciones extremas. Educar es una aventura fascinante a la que hay que enfrentarse con la mirada en las nubes, pero con los pies en el suelo. El camino es largo y conviene ir bien pertrechado de paciencia, constancia, compromiso e ilusiones renovadas.

Aún así, en momentos de bajada emocional, conviene tener a mano ciertas píldoras que nos ayuden a recuperar la necesaria perspectiva ante nuestra labor docente. Es por ello que en mi mochila nunca falta el conocido cuento de las estrellas de mar. Cuando noto los primeros síntomas, en cuanto baja un poco mi autoestima profesional, no dudo en automedicarme y leer en voz alta esta historia después de cada comida. Tres dias de tratamiento y como nuevo.

Cuentan que un hombre paseaba meditabundo por una playa desierta cuando, a lo lejos, divisó a otro hombre que constantemente se agachaba y recogía algo de la arena, para a continuación arrojarlo al mar. Una y otra vez lanzaba cosas al océano.

Sorprendido y curioso ante este comportamiento el hombre se acercó para comprobar que era aquello que lanzaba al mar. Al llegar a su altura vio como lo que aquel hombre recogía con insistencia eran estrellas de mar. Pero al mismo tiempo observó que por cada estrella que el hombre devolvía al mar, las olas devolvían a la playa cientos de ellas.

Confundido ante lo inútil del trabajo, el paseante se acercó hasta el hombre y le dijo: -Buenos días amigo. Me pregunto qué está haciendo.

-Devuelvo estas estrellas de mar al océano. Ve, en este momento la marea está baja y todas estas estrellas quedan en la playa. Si no las devuelvo nuevamente al mar se mueren.

-Ya entiendo- respondió el primer hombre- pero en esta playa hay miles de estrellas. Es imposible devolverlas todas, son demasiadas. Además, seguramente esto pasa en cientos de playas como esta a lo largo de toda la costa. No se da cuenta que no cambia nada.

El lugareño sonrió, se agachó nuevamente para recoger una estrella más, la miró y la lanzó nuevamente al océano con fuerza mientras le respondía: -¡Para esta sí cambió algo!

¡FELIZ REFLEXIÓN! 

2 comentarios:

  1. Me gusto y es cierto yo que recien he terminado la carrera y haber realizado una practica varias veces me sentia desilucionada....pero luego tomaba las ganas y segui. Además aunque sea a un alumno algo le habremos dejado.

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    1. Hola Angela, encantado de saludarte. Educar es una aventura apasionante, sin duda uno de los trabajos más gratificantes, aunque no exento de riesgos. Cuando se pone el corazón en algo se corre el riesgo de sufrir grandes decepciones. Con todo los pequeños triunfos conseguidos compensan con creces. Ánimo y perspectiva en tu aventura educativa.

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