viernes, 27 de abril de 2012

SER PARTE DEL PROBLEMA O DE LA SOLUCIÓN

Asistimos horrorizados al progresivo deterioro del modo de vida tal y como lo conocimos. Damos por hecho de que la crisis se llevará por delante el estado del bienestar que tanto tiempo y esfuerzo costó de alcanzar y nos conformamos con salvar los muebles de la tragedia.  El desempleo y la desesperanza se van instalando en nuestra sociedad como colesterol en las venas. Aún teniendo trabajo un sentimiento de desasosiego y un convencimiento de que todo va a ir a peor dirige todas nuestras decisiones. Instalados en el miedo y el pesimismo delegamos en los políticos la deseada salvación. Obedecemos sus consignas y aceptamos sacrificios bajo la promesa de que todo es temporal, de que volveremos a la senda de la prosperidad más pronto que tarde. Obedientes en medio del naufragio esperamos en nuestro camarote a que el capitán nos diga dónde está la salida de emergencia y cuál es nuestro sitio en el bote salvavidas.
Ante una situación de crisis, de cambios bruscos, siempre hay un momento de desorientación, de parálisis, de desconcierto. Superadas las fases de negación y de rabia entramos en el momento crítico de decantarse entre la resignación y el afrontamiento. Es justo en ese momento donde hay que preguntarse de qué lado vamos a estar: ¿Vamos a ser parte del problema o parte de la solución? Porque es importante tener en cuenta que se es responsable tanto por acción como por omisión.
Como decía en una de mis primeras entradas, uno de los motivos que acabo de decidirme para comenzar a escribir este blog fue una inspiradora pintada que leí en un muro. La pintada aludía a las causas de la crisis actual y decía, (en realidad dice, ya que aún está escrita) textualmente “La crisis no es económica, es ética. ¿Y tú qué vas a hacer?” La frase es un llamamiento a la acción, a salir de la parálisis en la que estamos estancados y a ponernos en camino hacia la solución.
Como no podía ser de otra manera, comparto un cuento para acompañar esta reflexión. Esta es la historia de un hombre tan decepcionado con sus semejantes, tan defraudado por la falta de valores, tan triste por sentirse miembro de una comunidad egoísta, insolidaria y cruel, que un día decidió abandonarlo todo e irse a vivir solo a la montaña.
A los pocos días de haber iniciado su nueva vida, mientras daba un paseo observo a una pequeña liebre que arrastraba un trozo de carne. Extrañado decidió seguirla para comprobar qué sentido tenía aquello. Cuál fue su sorpresa al comprobar que la pequeña liebre estaba llevando la carne hasta la entrada de una cueva donde vivía un enorme tigre malherido, que apenas podía valerse por sí mismo.
Impresionado por su descubrimiento decidió volver durante varios días para observar si el comportamiento de la liebre era habitual. Emocionado comprobó como la escena se repetía varias veces al día. La liebre acudía cargada con pequeños trozos de carne que dejaba prudentemente cerca de la entrada de la cueva.
Pasaron los días y la escena se repitió, hasta que llegó el momento en el que el tigre recuperado pudo salir a buscar su propia comida.
Admirado por la solidaridad y cooperación que había observado entre los animales, reflexiono y se dijo: “¡No todo está perdido! Si los animales, que son seres inferiores a las personas, son capaces de ayudarse de este modo, ¡qué no seremos capaces de hacer nosotros!
Recuperada la ilusión, su fe en el ser humano decidió regresar a la sociedad y poner en práctica lo aprendido. Llegando a las puertas de su pequeña ciudad decidió tumbarse al borde del camino, simulando estar herido, y se puso a esperar a que alguien pasara y lo ayudara. Sin embargo pasaron las horas, llego la noche y nadie se detuvo para ayudarlo. De la misma manera transcurrió el día siguiente y al llegar la noche decidió desistir en su intento de buscar solidaridad y comprensión en los hombres. Desolado llegó a la convicción de que la humanidad no tenía remedio.
Sentado al margen del camino sintió en su interior la desesperación del hambriento, la soledad del enfermo, la tristeza del abandono. Su corazón estaba destrozado, apenas sentía deseos de levantarse cuando justo en ese momento de desolación escucho una voz interior que le susurraba: “Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad, si quieres ver a tus semejantes como hermanos… entonces deja de hacer el tigre y simplemente se la liebre.
¡FELIZ REFLEXIÓN!

miércoles, 25 de abril de 2012

AMA LO QUE HAGAS

A lo largo de nuestra vida cientos de personas se colocaran frente a nosotros con la intención de enseñarnos algo nuevo. Desde el parvulario a la Universidad, desde monitores deportivos a profesores de idiomas. Durante un tiempo todos ellos se convertirán en nuestros profesores. Con algunos coincidiremos durante varios años, con otros sólo compartiremos unas pocas horas. Algunos nos resultaran cercanos, otros severos y exigentes. Durante mucho tiempo siempre serán personas  mayores, hasta que llega un día en el que, incomprensiblemente, nuestros profesores rejuvenecen y nos sorprendemos de la cantidad de cosas que nos pueden enseñar estos “niñatos” y, también de lo mucho que nos cuesta recordarlas.

Si hiciéramos el esfuerzo de recordarlos, nos daríamos cuenta que con mucha dificultad acudirían a nuestra mente apenas una decena de caras borrosas, un puñado de nombres y algunas anécdotas. Alguno incluso permanecerá en nuestra memoria a pesar de nuestros esfuerzos por borrar su recuerdo. La gran mayoría de nuestros profesores quedarán relegados al cajón del olvido, a los pocos años su paso por nuestra vida se habrá difuminado. Sin embargo, también es cierto que encontraremos algún nombre, que con independencia del tiempo o la materia compartida dejó una huella imborrable en nosotros. Aquellos que por su saber estar o su saber hacer supusieron una influencia importante en nosotros, y que incluso podríamos decir que somos lo que somos gracias a ellos. De todos los cientos de profesores que conoceremos, sólo unos pocos se convertirán en nuestros maestros.
Como maestros o profesores no debemos obsesionarnos con la idea de ser influyentes o ser recordados por nuestros alumnos. Esto es algo que surge, es en parte fruto de la casualidad de estar en el momento adecuado en el sitio adecuado. Además, como leí en alguna parte, el saber que hemos sido capaces de influir en la vida de unas pocas personas ya es motivo suficiente para considerarnos afortunados por el hecho de ser maestros. Lo que también es cierto es que para poder ejercer esta influencia tenemos que amar aquello que hacemos y también a nuestros alumnos. Para poder enseñar, para poder transmitir, para poder influir hay que demostrar pasión en lo que decimos y hacemos.
Recuerdo uno de los profesores que tuve durante el instituto. Yo cursaba lo que entonces se llamaban “letras mixtas” donde, huyendo del Latín y el Griego, nos habíamos refugiado un pequeño grupo de estudiantes, no más de diez, que estábamos obligados a continuar estudiando matemáticas. Nuestra predisposición en las clases no era mucha, y he de confesar que tampoco recuerdo que el profesor facilitara mucho las cosas. Así que las tardes que teníamos que subir a la clase de matemáticas se convertían en tediosas e interminables sesiones de sufrimiento, tanto para nosotros como para el profesor. Pero un día, nuestro profesor de matemáticas apareció en la clase cargado con el proyector de diapositivas y nos pidió que apagásemos las luces. Empezó a proyectar imágenes del sistema solar, a hablarnos sobre planetas, estrellas, cometas y agujeros negros, y lo hizo con tal pasión, con tal entrega, con tal sentimiento, que todos nosotros mirábamos embobados aquellas fotografías y le preguntábamos sobre curiosidades o dudas que nos surgían. Nuestro profesor pertenecía a una asociación de amigos de la astronomía, y aquella era su verdadera pasión. Harto de luchar contracorriente con nosotros, decidió venir una tarde a clase y contarnos su amor por las estrellas y contagiarnos una parte de su pasión. La mayoría de nosotros, me incluyo en este grupo, nunca habíamos sentido especial interés por la astronomía. Sin embargo, aquel día nuestro profesor consiguió despertar en nosotros la curiosidad y el interés hacía estrellas y planetas. Incluso durante días algunos buscamos información en otros libros para saber encontrar entre el cielo estrellado aquellos dibujos, aquellas constelaciones que nuestro profesor nos había dibujado en el aire aquella tarde. Había sido capaz de contagiarnos su pasión,  y sólo había necesitado un par de horas para ello.
Este es uno de los profesores que recuerdo. No recuerdo su nombre, recuerdo vagamente su cara, aunque seguramente no lo reconocería tantos años después. No recuerdo absolutamente nada de las matemáticas que nos explicó, también es cierto que no las necesité después. Pero recuerdo las sensaciones de aquella tarde, su pasión, su forma de contarnos cientos de curiosidades sobre el inmenso espacio, y recuerdo como disfrute aquella tarde y lo rápido que se pasó el tiempo. Sus palabras me hicieron observar el cielo estrellado con otros ojos y eso lo convirtió en uno de mis recordados maestros, de mis influyentes maestros.
Acompaño un video del profesor Miguel Angel Santos Guerra donde realiza una magistral definición sobre lo que es enseñar.
FELIZ REFLEXIÓN.

lunes, 23 de abril de 2012

PREDECIR EL FUTURO CON UN PAR DE CARAMELOS

Cada vez son más las voces que clamamos demandando un cambio en el modelo educativo. Cada vez son más los profesores, psicólogos, pensadores, padres,…  que reclaman que la educación ofrezca soluciones eficaces frente a los nuevos retos que la sociedad actual plantea. Si el objetivo fundamental de la educación es preparar a sus alumnos para que puedan afrontar con éxito los retos que les deparará el futuro, si el mundo evoluciona y cambia a tal velocidad que apenas podemos intuir como serán las cosas pasado mañana,… ¿Qué conocimientos, qué capacidades debemos transmitir a los alumnos para que afronten ese incierto futuro con éxito? Nadie tiene la respuesta, pero algo si está claro, la educación necesita de manera urgente ir soltando el lastre de lo cognitivo, de lo enciclopédico e ir adentrándose en el terreno de lo afectivo, de lo emocional.
La educación hace tiempo que dejó de estar vinculada a una primera etapa de nuestras vidas y que acababa en el momento en que dábamos el paso al mundo laboral. La educación es absorbida por su hermana mayor, la formación, que supera la idea de que sólo se aprende entre las cuatro paredes de una clase, ante un libro o una pizarra. Aprendemos cada día algo nuevo, en cualquier situación, de cualquier persona, tan sólo necesitamos grandes dosis de curiosidad para andar por el mundo. El aprendizaje es algo intrínseco al ser humano, es algo que lo acompaña hasta el fin de sus días. Aparece con fuerza en los curriculums académicos una nueva competencia, una nueva necesidad, un nuevo objetivo: Aprender a aprender.
Recupero un interesante estudio realizado en el año 1960 por el psicólogo Walter Mischel y que se popularizo por ser unas de las referencias citadas en el best seller de Goleman “Inteligencia emocional”. El experimento mezclaba dos componentes altamente peligrosos: niños de 4-5 años y caramelos. El conocido “marshmallow experiment” o test de los malvaviscos, consistía en regalar  a los pequeños un caramelo que podían comer en cualquier momento. La parte tentadora de la prueba consistía en contarles que el examinador tenía que salir para atender unos asuntos, pero que si eran capaces de esperar unos minutos (alrededor de 15) a que regresara sin comerse el caramelo, les entregarían un segundo caramelo como premio. Acto seguido el examinador abandonaba la habitación dejando al niño solo frente a su tentación. ¿Cuánto tiempo sería capaz de esperar? ¿Cuánto autocontrol tendría el pequeño?
El estudio original de Mischel incorporaba un análisis longitudinal a través del cual se realizó un seguimiento a estos mismos niños 20 años después. El estudió concluyó que existían importantes correlaciones entre el tiempo que los niños habían “soportado” la tentación y el éxito académico y social que habían tenido posteriormente. El estudio concluye que aquellos niños que obtuvieron la recompensa del segundo caramelo han disfrutado de una vida más feliz y han obtenido más éxito y reconocimiento tanto en sus estudios como en otras facetas de su vida. El propio Mischel matiza que no se trata de atribuir relaciones de causalidad, pero su sencilla prueba muestra un gran potencial predictivo sobre el futuro de los niños.
Este estudio muestra como una variable emocional: la capacidad de autocontrol, la capacidad de postergar una recompensa, se convierte en un indicador de mayor fiabilidad para medir el rendimiento académico que cualquier prueba de inteligencia al uso. Las variables emocionales y afectivas influyen en gran medida en los resultados obtenidos por las personas, en mayor medida que las variables cognitivas.
El experimento de Mischel ha sido ampliamente repetido recientemente con la ventaja de que la experiencia era grabada, por lo que es fácil encontrar en la red varios videos que muestran las reacciones de los niños ante el famoso malvavisco. Es tremendamente curioso observar como algunos niños son capaces de ingeniar originales formulas distractoras para conseguir no caer en la tentación y obtener el premio. Dejo un video con una de estas experiencias para que comprobéis hasta que punto llega la imaginación de algunos niños.
El programa televisivo Redes también recogió este tema en su programa 35 “ser feliz es cuestión de voluntad”, en el que Punset entrevistaba a Walter Mischel sobre las conclusiones de su famoso experimento. Acompaño también el enlace al programa.

Una última reflexión: Si la sociedad es reflejo de las personas que la integran, ¿acaso no podríamos decir que la situación de crisis que sufrimos en la actualidad está provocada por un enorme "atracón de caramelos"? Nos mueve el corto plazo, la satisfacción inmediata de las necesidades, la avaricia, vivir intensamente el presente aún a riesgo de destruir el futuro. Extrapolando las conclusiones de Mischel estaba claro que comportandonos así, no podiamos esperar nada bueno.

FELIZ REFLEXIÓN !! 

viernes, 20 de abril de 2012

CLARIFICAR LAS EXPECTATIVAS AL PRINCIPIO DE CURSO

Dedicamos varios días en clase para tratar el tema de las expectativas; sobre cómo se crean, sobre su influencia en nuestro comportamiento y sobre cómo podemos gestionarlas. Considero este tema un aspecto fundamental a la hora de empezar a trabajar con cualquier grupo, máxime si se trata de alumnos provenientes de fracaso escolar que muestran una clara predisposición a generar expectativas negativas sobre el proceso formativo que inician. En todo caso poner en común lo que alumnos y profesor esperan del curso que comienza siempre es positivo y evita muchos malentendidos.
Las expectativas se producen de manera inevitable ante cualquier situación y,  seamos o no conscientes de ellas,  influyen en gran medida en nuestra percepción de la realidad y por tanto también en nuestra forma de reaccionar y actuar. Al explicar este punto suelo comentar que todos vamos por la vida cargados con una bola de cristal, generando predicciones sobre lo que esperamos que ocurra. A veces esas predicciones se cumplen y otras no. A veces incluso tendemos a distorsionar la realidad para hacerla coincidir con nuestras expectativas. En todo caso el resultado percibido influirá en nuestro estado emocional generando satisfacción o decepción, ilusión y confianza o desengaño. Se suele utilizar la expresión de que todo es del color del cristal con que se mira, y es cierto.  Enfrentados a una misma situación dos personas la percibirán de manera diferente, generaran expectativas diferentes y se comportaran de manera distinta, pero siempre de manera coherente con las expectativas creadas.
Las expectativas no surgen de la nada, se generan en base a nuestras experiencias anteriores, a nuestra forma de percibir la situación y además, están influenciadas por nuestro estado de ánimo. Hay momentos en los que nos sentimos más predispuestos, más optimistas y capaces de superar cualquier obstáculo y momentos en los que el desánimo se apodera de nosotros y no nos vemos con fuerza para intentar nada. En todo caso es de esperar que un grupo de alumnos provenientes del fracaso escolar genere expectativas negativas sobre el proceso de formación que comienzan. Y es de prever que “arrastren” sus modelos de comportamiento, su “modus operandi” a la nueva situación. Es instinto de supervivencia, de adaptación. Las personas generamos nuestra “zona de confort” y nos sentimos seguros y protegidos en su interior. No saldremos de ella si no tenemos una razón poderosa para ello, un motivo de peso, una necesidad importante que cubrir. Pero cualquier cambio, y un curso de formación es un proceso de cambio,  supone explorar el territorio inhóspito que se encuentra fuera de nuestra zona de confort, salir y arriesgarse, intentar cosas nuevas, o probar a hacer las mismas pero de distinta manera.
A la hora de iniciar una nueva acción formativa hay que generar un ambiente de novedad. Hay que aplicar la máxima del borrón y cuenta nueva, plantear el curso como una oportunidad de partir de cero, como un nuevo comienzo en el que cualquier resultado es posible. Pocas veces la vida nos da la oportunidad de volver a empezar,  sin recriminarnos errores del pasado, pero conscientes de los fallos cometidos y,  cuando se nos presenta esta opción, tenemos que agarrarnos a ella con uñas y dientes. En todo caso es conveniente ayudar a los alumnos a generar expectativas positivas, a mejorar la confianza en sus posibilidades, a hacerles ver sus potencialidades en vez de sus defectos, a aumentar su autoestima para que se atrevan a colocarse el salacot, armarse con el machete e internarse en la tupida selva de las oportunidades.
Al inicio de un nuevo curso suelo utilizar una sencilla dinámica para clarificar las expectativas y actitudes de los alumnos. Sentados en circulo les propongo tres papeles, tres roles con los que identificar su predisposición al inicio de curso. Les pregunto si se sienten más como prisioneros, que acuden obligados a hacer el curso, como turistas, que están de paso, a ver de qué va esto, a ver que me cuentan, o como exploradores, dispuestos a arriesgarse, dispuestos a esforzarse, curiosos y dispuestos a descubrir cosas nuevas cada día.
Al despedirnos el primer día intento que todos se lleven en su mochila de explorador dos ideas: Una que a partir de mañana todo es posible, y dos que lo que consigan dependerá exclusivamente de ellos y de la actitud que tomen. Siempre hay un camino para quien está dispuesto a correr el riesgo de explorarlo.

miércoles, 18 de abril de 2012

CAMBIAR EL MUNDO.

Acababa la entrada anterior con la pregunta ¿Quién se apunta a cambiar el mundo? En principio puede parecer una pretensión ambiciosa o descabellada. Sin embargo, ¿qué sería de nosotros si cerráramos la puerta a la utopía? Muchas veces los sueños son la verdadera energía que nos permite mirar hacia el futuro con el optimismo necesario, confiando en que un mundo mejor es posible.

Recuerdo una preciosa historia que encontré una vez y guardé en la mochila de “cuentos imprescindibles para caminar por el mundo”. Es posible que esta historia tenga ahora, en plena crisis, más sentido que nunca. En todo caso la comparto con vosotros. El cuento dice así…

Un científico vivía preocupado con los problemas del mundo y estaba resuelto a encontrar los medios para disminuirlos. Pasaba días encerrado en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo, de siete años, invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, intentó hacer que el hijo fuera a jugar a otro sitio. Viendo que sería imposible sacarlo de allí, el padre procuró algo para darle al hijo, con el objetivo de distraer su atención... De repente tomó un mapa del mundo de una revista, y, con una tijera, recortó el mapa país por país a modo de puzzle en varios pedazos. Cogió también un rollo de cinta adhesiva, y se lo entregó todo al hijo diciendo:
-¿A ti te gustan los rompecabezas?. Entonces voy a darte algo para que te entretengas. Aquí tienes el mundo todo roto. A ver si puedes arreglarlo bien, pero hazlo tu solito.

Calculó que al niño le llevaría días para recomponer el mapa. Algunas horas después, oyó la voz del hijo que le llamaba calmamente: -Papá, papá, ya lo he hecho. He conseguido terminar todo.

Al principio el padre no dio crédito a las palabras del hijo. Sería imposible a su edad haber conseguido recomponer un mapa que jamás había visto. Entonces, el científico levantó los ojos de sus anotaciones, seguro que vería un trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus sitios. ¿Cómo sería posible? ¿Cómo el niño había sido capaz?

-Tu no sabías como era el mundo, hijo mío como lo conseguiste?

-Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando tú quitaste el papel de la revista para recortar, yo vi que del otro lado había la figura de un hombre... Cuando tú me diste el mundo para arreglarlo, yo lo intenté pero no lo conseguí. Fue entonces que me acordé del hombre, di vuelta a los recortes y empecé a arreglar el hombre, que yo sabía cómo era.

Cuando conseguí arreglar el hombre, le di vuelta a la hoja y encontré que había arreglado el mundo.

FELIZ REFLEXIÓN.

lunes, 16 de abril de 2012

LA PARADOJA DE LAS TIC Y EL SUPERHÉROE AMERICANO.

Durante la década de los ochenta se emitió en televisión una serie que contaba las peripecias de un voluntarioso profesor, Ralph Hinkley, encargado de la educación de un grupo de alumnos con problemas de conducta. Durante una salida con sus alumnos al desierto Ralph y un agente federal son testigos de la aparición de unos extraterrestres que le entregan al profesor un traje dotado de unos extraordinarios poderes. Influido por el agente, Ralph desestima su intención inicial de entregar el traje a las autoridades y comunicar lo ocurrido, y deciden utilizar el traje para luchar contra el crimen y en favor de la justicia. El inconveniente del asunto es que el torpe profesor ha extraviado el manual de instrucciones que les entregaron junto con el traje y tendrán que ir descubriendo sus poderes y su manejo a ciegas, lo cual dará lugar a no pocas situaciones cómicas.

Este es el argumento que desarrollaba la serie el superhéroe americano que se emitió por televisión española en las sobremesas de algunos veranos de los ochenta. Su protagonista era un joven profesor implicado y comprometido con su labor educativa, que luchaba por transmitir unos valores a sus descarriados alumnos.

El traje de superhéroe, que le es entregado en el primer capítulo, le otorga la posibilidad de utilizar estos poderes tanto en su trabajo como profesor como para un fin más ambicioso: conseguir un mundo más justo.

La metáfora está servida. Para mí las TIC funcionan como aquel llamativo traje rojo. Al disfrazarnos con ellas, al utilizarlas, adquirimos toda una serie de capacidades, de poderes que nos permiten sobrevolar con autoridad por encima de las cabezas de nuestros alumnos. Nos otorgan el poder de la atracción, de la seducción, de la motivación, de la convicción,… Cualquier cosa que expliquemos utilizando nuestros nuevos poderes, será ahora fácilmente comprendida por nuestro auditorio.

Las TIC aparecieron hace unos años con fuerza en las aulas, pero su irrupción en ellas no se produjo de manera ordenada sino que fue una especie de desembarco al estilo de un elefante en una cacharrería. Los profesores, al principio, alegamos falta de medios y de formación. Pero era una guerra perdida. Los primeros visionarios se convirtieron en gurús tecnológicos y guiaron al resto de la manada hacía la luz. Millones de aplicaciones inundaron la red con el objetivo de facilitar la labor del profesorado. Las pizarras cambiaron del verde al blanco y los libros dejaron de ser de papel. Las TIC inundan las clases y una pregunta flota en el aire: Si el saber está en la red, si tenemos el conocimiento a un solo clic, … ¿para qué necesitamos maestros?

Es evidente que las TIC son el futuro. Es evidente que las TIC nos ofrecen un enorme potencial didáctico, e incluso que las TIC van a provocar una revolución en el mundo educativo. Pero sucede al igual que en la serie de TV, que al entregarnos el poder perdimos el manual de instrucciones. Vamos experimentando y probando en el aula los poderes que las nuevas herramientas nos otorgan. Y, al igual que al atolondrado Ralph, nos ocurre más de una situación cómica. El poder nos confunde. La posibilidad de cambiar el sentido de la educación provoca una sensación de vértigo, de desorientación. Es Peter Parker luchando contra Spiderman. Como dijo su tío en la película: “Un gran poder comporta una gran responsabilidad”.

Las TIC son el futuro, son la herramienta definitiva que nos posibilita erradicar la apatía, la desmotivación, el desinterés, que nos permite adaptar los contenidos al nivel de cada alumno, individualizar el aprendizaje, rentabilizarlo. La tecnología aplicada a la educación nos brinda la oportunidad de iniciar una revolución que modifique los cimientos del sistema educativo y posibilita que nos volvamos a replantear todas las preguntas.

Pero las TIC no son un contenido, no son un fin en sí mismas, son sólo una herramienta, una metodología. La cuestión, lo importante, es lo que podremos conseguir gracias a ellas, la oportunidad que nos plantean. Las TIC suponen abrir una ventana en el aula y dejar que la realidad se cuele por ella. Las TIC supondrán una revolución en la medida en que transformen la manera de construir el conocimiento. Las TIC nos ofrecen la posibilidad de destruir la educación bulímica de hoy para pasar a una educación donde cada cual construya y aporte conocimiento desde sus intereses, expectativas y preferencias. Las TIC son una herramienta, y al igual que la conocida metáfora del cuchillo, las podemos utilizar para untar o para agredir. Pero ellas por si solas no son garantía de nada, ni siquiera de modernidad.

Lo que es innegable es que las TIC abren la puerta a todo un mundo de posibilidades. Pero nos queda mucho camino que recorrer, mucho que familiarizarnos con ellas como el superhéroe americano a su traje. Y al final su eficacia dependerá no tanto de nuestra habilidad para manejarlas sino de cuáles son nuestras intenciones. ¿Quién se apunta a salvar el mundo?

jueves, 12 de abril de 2012

LA IMPORTANCIA DE LAS EXPECTATIVAS: SIRENITO.

Hablaba en la entrada anterior de la influencia que tienen las expectativas en nuestra forma de ver el mundo y de comportarnos. En las clases también suelo plantear este tema con los alumnos. Me parece interesante hacerles reflexionar sobre cómo sus predicciones, muchas veces negativas, sobre su futuro y sus capacidades les sirven de coartada para no esforzarse. Tienden a exagerar, a maximizar, llevan los temas al extremo: las cosas son o blancas o negras. Parece que la gama de tonalidades grises, los matices, no existan.

Intento hacerles ver como empeñados en ver el mundo más negro de lo que en realidad es, lo único que conseguimos es ponernos obstáculos en el camino. Para poder conseguir nuestros objetivos, para poder alcanzar una meta, el primer paso es creer que está a nuestro alcance, que lo podemos conseguir. Es decir, tener confianza en nuestras posibilidades, generar una expectativa de éxito razonable. Cualquier cosa que intentemos desde el desanimo, quizá movidos por la obligación, sin fe en el resultado, dará como resultado un estrepitoso fracaso. Intento explicarles cómo funcionan las profecías autocumplidas y como muchas veces los hechos no hacen más que ratificar y respaldar nuestras expectativas iniciales. Ya lo dijo Henry Ford, “tanto si crees que puedes como si crees que no puedes estas en lo cierto”, y los hechos te darán la razón.

Para mostrar cómo influyen las expectativas en nuestra manera de actuar suelo utilizar el cortometraje Sirenito de Moisés Romera y Marisa Crespo. Aunque el uso didáctico de este corto suele aparecer ligado a temas de educación sexual y tolerancia, creo que su principal potencial educativo está en cómo muestra la influencia que tienen las expectativas en nuestra manera de actuar. Para mí lo interesante del cortometraje es el cambio en la manera de actuar de la madre a raíz del cambio de expectativas. Como pasa de estar agobiada por lo que considera un gran problema, a ilusionada cuando se crea otras expectativas.

Otro de los temas que resalto tras la proyección del corto es el de la influencia de los padres (en el caso del corto) o también de los maestros, en la educación emocional de sus hijos o alumnos. Aprender a gestionar de manera adecuada nuestras emociones es un aprendizaje básico para la vida. Este tema lo introduzco al comentar la genial escena final del niño disfrazado ante el espejo. Propongo a mis alumnos un ejercicio de empatía con el niño imaginando cuáles deben ser en estos momentos sus pensamientos y sus sentimientos.

Además el cortometraje tiene uno de los finales más imaginativos y demoledores que he visto nunca. Bueno, espero haber despertado la suficiente curiosidad para que veáis el video sin haber destripado demasiado su argumento. Dejo también el enlace a la actividad que suelo utilizar en la clase por si alguien se decide a utilizarla. Para mí, el Sirenito, es una de las actividades imprescindibles y que siempre funciona bien en las clases, además de uno de mis cortometrajes favoritos.

martes, 10 de abril de 2012

EL EFECTO PIGMALIÓN.

Cuenta la mitología que Pigmalión era un habilidoso escultor que vivió en la isla de Creta. Era un artista apasionado de su trabajo y sus obras mostraban una continua búsqueda de la perfección. Cuenta la leyenda que inspirándose en la bella Galatea, Pigmalión esculpió una estatua tan perfecta que cualquiera que se detenía a contemplarla dudaba, al mirar su expresión, si aquella estatua no tendría vida propia. Tal era la perfección de la estatua y tal el empeño que Pigmalión puso en su trabajo que el autor acabó perdidamente enamorado de su obra.

Pigmalión empezó desde entonces a tratar a su escultura como si de un ser viviente se tratase, llegando incluso a implorar a los dioses para que concedieran vida a su creación. Venus, conmovida por la pasión del escultor, decidió complacer sus peticiones y, una noche, se apareció en el taller del artista para insuflar vida en su amada escultura. Pigmalión vio cumplidos sus deseos y la estatua de Galatea se convirtió en su amante y compañera.

La psicología se inspiró en esta leyenda para nombrar uno de los procesos que, con mayor influencia, se producen en el ámbito educativo. El efecto Pigmalión describe el proceso a través del cual las creencias y las expectativas de una persona afectan a su percepción y condicionan su conducta de tal forma que sus expectativas iniciales tienden a confirmarse.

El experimento más conocido sobre este proceso fue el publicado en 1968 por Rosenthal y Jacobson al que titularon “Pigmalión en el aula”. Este conocido experimento trataba de demostrar hasta qué punto las expectativas y creencias de los profesores influían en el comportamiento y los resultados de los alumnos. En el estudio se les informaba a los nuevos profesores que todos los alumnos de la clase habían pasado un test de inteligencia y se les indicaban las puntuaciones obtenidas por estos, separando la clase en buenos y malos alumnos. La cuestión era que en realidad no se había realizado ningún test y la asignación al grupo de bueno o malos alumnos se producía de manera aleatoria. Se trataba de provocar una expectativa, una predicción sobre el buen o mal funcionamiento de los alumnos en el profesor.

Al finalizar el curso escolar el estudió confirmó que los resultados de los alumnos etiquetados como brillantes al inicio de curso había sido mucho mayor que el de los que habían sido definidos como mediocres o con bajas capacidades. La explicación que ofrecen Rosenthal y Jacobson es que movidos por su expectativa inicial los profesores habían actuado en el aula tratando de confirmar sus percepciones iniciales y habían otorgado un trato diferenciado a unos y otros alumnos. Finalmente sus expectativas se habían visto refrendadas con los resultados y los alumnos aleatoriamente etiquetados como brillantes obtuvieron mayoritariamente excelentes calificaciones, mientras que el resto de alumnos habían obtenido puntuaciones inferiores.

El efecto Pigmalión funciona como una profecía autocumplida, mostrando la transcendental influencia que tienen las primeras impresiones o nuestras expectativas y predicciones sobre el comportamiento de las personas. En muchas ocasiones nos relacionamos con las personas en función de lo que esperamos de ellas. Así, estaremos atentos a determinados comportamientos o comentarios que confirmen nuestras expectativas, o relativizaremos la influencia de otros que son contradictorios con nuestros supuestos iniciales. En nuestras relaciones personales, también en el aula, aplicamos refuerzos o penalizamos acciones en base a estas expectativas.

Las expectativas que tengamos condicionarán en buena medida nuestras actitudes. Y puesto que es inevitable generar estas expectativas, al menos hagamos el esfuerzo de ser conscientes de ellas para revisarlas y contrastarlas cada cierto tiempo. Como dijo alguien “solo tendremos una única oportunidad para causar una buena primera impresión”, así que aprovechémosla.

sábado, 7 de abril de 2012

EL SECRETO DE LA FELICIDAD

Recupero con el artículo de hoy el tono optimista que pretende este blog con una preciosa historia que escuche una vez...

Había una vez un hombre que se sentía muy desgraciado. Pensaba que la suerte lo había abandonado ya que cualquier cosa que intentaba le salía mal. La relación con su esposa y su hija se había deteriorado durante los últimos meses, el trabajo escaseaba y también el dinero con el que comprar las cosas más básicas.

Un día mientras paseaba desesperanzado por el bosque se le apareció un pequeño duende que, al verlo tan apesadumbrado, le confió uno de sus mayores tesoros: el secreto de la felicidad. Le contó el duende que caminando en dirección Oeste, a tan sólo unas cuantas millas, encontraría un lugar en el que todas sus decisiones serían afortunadas y sería tremendamente feliz. Decidido a cambiar su suerte el hombre se descalzó y dejó, escondidos entre unos matorrales, sus zapatos apuntando hacia la dirección que le había indicado el duende, para no olvidar el camino que debía tomar.

A la mañana siguiente el hombre se levantó en mitad de la noche y, sin hacer ruido, se dirigió apresuradamente hacía el lugar donde había escondido sus zapatos, dispuesto a iniciar una nueva vida. Lo que no podía imaginar el hombre es que durante la noche, unos demonios traviesos, que habían espiado la conversación entre el hombre y el duende, habían cambiado la posición de los zapatos orientándolos en dirección contraria. Así que, cuando el hombre llegó y se puso a caminar en la dirección hacia donde él creía encontraría la suerte y la felicidad, en realidad estaba caminando sobre sus propios pasos y regresaba a su ciudad.

Conforme se acercaba hacía su pretendido “nuevo futuro”, al hombre le sorprendió lo familiar que le resultaba todo y pensó: “Caramba que parecidas son estas calles y estas casas a las de mi antigua ciudad”. Sin embargo, en ningún momento dudó de que se encontraba en un lugar nuevo, distinto y en el que le aguardaba la suerte anunciada por el duende. Caminó por entre las calles de su nueva ciudad hasta que llegó a una casa tan parecida a la suya que intuyó enseguida que aquel tendría que ser su nuevo hogar. Convencido, accedió a su nueva casa y quedó perplejo al comprobar lo increíblemente iguales que eran su nueva mujer y su nueva hija, a las que había dejado abandonadas en su antigua ciudad. Se acostó silencioso en su nueva cama, junto a su nueva mujer, convencido que al despertar una nueva vida, esta vez cargada de bendiciones y de fortuna comenzaría para él.

Ni que decir tiene que su mujer y su hija se sorprendieron enormemente de la extraña forma de comportarse del hombre durante los días siguientes, aunque evitaron hacer ningún comentario, pues era agradable observar la sonrisa, el buen humor y la amabilidad con la que el hombre realizaba sus tareas y se dirigía a ellas. A los pocos días el buen ambiente reinaba en cada una de las estancias de la casa e, incluso los pedidos de trabajo se amontonaban sin que el hombre pudiera dar abasto por más horas del día que les dedicara.

El hombre, feliz con su nueva vida, agradecía cada noche a su duende mágico que le hubiera confiado aquel secreto, sin el cual no habría podido disfrutar de la felicidad y la suerte que ahora lo bendecían.

FELIZ REFLEXIÓN!.

miércoles, 4 de abril de 2012

APRENDER HACIENDO: UNA FÓRMULA VÁLIDA.

Inicio el artículo de hoy reproduciendo de manera textual una cita que aparece en una publicación del Ministerio de Trabajo. El texto dice, tal cual, lo siguiente: “En estos años se produce una crisis generalizada de las economías de los países industriales que se traduce, entre otros efectos, en un aumento sin precedentes del desempleo.

La crisis, aunque general, afecta de manera especialmente aguda a España. En nuestro país […] el paro estimado supone cerca del 22 % de la población activa, el doble de la media de paro que en Europa y, más específicamente afecta al desempleo juvenil en los menores de 25 años cuyo porcentaje se acerca al 47 %, también prácticamente el doble que el del resto de países europeos en su conjunto.”

Esta cita aparentemente tan de actualidad, tan reciente, la he extraído de una guía divulgativa sobre el programa de Escuelas Taller y Casas de Oficios publicada por el Ministerio de Trabajo en el año 2000. Los datos de desempleo que se citan corresponden a mediados de los años 80 y se refieren al contexto económico y social en el que surge en España este Programa formativo.

Aunque cueste recordarlo, hace 30 años España atravesaba una situación económica y laboral calcada a la actual, con elevadísimos porcentajes de desempleo, sobre todo juvenil y que representaban el doble que sus países vecinos. En aquella coyuntura surge una solución imaginativa que pretende hacer frente al desempleo juvenil al mismo tiempo que fomentar la iniciativa emprendedora entre los más jóvenes. El Programa de Escuelas Taller se implanta a partir del año 1985 y sus extraordinarios resultados provocan que esta experiencia se exporte con éxito a otros países europeos y, años después, también a Sudamérica.

La idea es tremendamente sencilla (la mayoría de las ideas geniales lo son) y parte de poner en relación tres elementos que confluían en ese momento en España: Un alto volumen de jóvenes desempleados y con bajo nivel formativo, un grupo de maestros artesanos, muchos jubilados, y con una muy alta cualificación en oficios en peligro de desaparición y un rico patrimonio histórico artístico degradado debido a la carencia de estructuras de conservación y mantenimiento.

El programa acuña desde sus inicios una filosofía basada en el lema “aprender trabajando” e involucra a cientos de jóvenes en la rehabilitación de edificios o parajes propios de su zona, vinculados a su patrimonio cultural o natural, al mismo tiempo que aprenden un oficio y, elemento fundamental, elevan su autoestima. Las ventajas de la iniciativa son múltiples: Al mismo tiempo que se recupera buena parte del patrimonio local, un nutrido grupo de jóvenes ve multiplicadas sus posibilidades de incorporarse con garantías al mercado laboral al ofrecer un alto nivel de formación y experiencia, basado en un aprendizaje eminentemente práctico realizado “a pie de obra”. Los resultados no tardan en llegar y durante años el Programa de Escuelas Taller se convierte en una de las iniciativas estrella dentro de las Políticas Activas de Empleo.

El Programa promovido por Ayuntamientos, Mancomunidades y Entidades sin ánimo de lucro se convertirá con el tiempo en una poderosa herramienta para recuperar a miles de alumnos provenientes del fracaso escolar. Estos alumnos encuentran en estos proyectos una opción formativa adecuada a sus necesidades. Una fórmula basada en la adquisición de habilidades y conocimientos a través de la práctica, a través del ejercicio de una actividad profesional que regulada por un contrato de formación les permite además disponer de unos pequeños ingresos.

Las nuevas teorías educativas que promulgan la formación por competencias no hacen más que recuperar, en buena medida, la fórmula del aprender haciendo. El aprendizaje no es un conglomerado de elementos teóricos, prácticos y actitudinales, sino que es una mezcla homogénea en la que, aparte de todos estos elementos intervienen factores personales y contextuales. Para garantizar que un alumno ha aprendido algo debemos comprobar, no que es capaz de ponerlo por escrito en un papel, sino que es capaz de llevarlo a la práctica en una situación o bien real, o bien que de manera simulada se acerque lo más posible a la realidad.

Aprender a base de experimentar, de hacer, de probar, de caer,… ¿cómo aprendimos a hablar, a andar, a ir en bicicleta, a nadar, a querer y a sentirnos queridos? Y estos son aprendizajes que, sin duda, no olvidaremos mientras vivamos.

Enlazo las contundentes declaraciones de Roger Schank en el programa Redes y su defensa a ultranza de los métodos de aprendizaje basados en el “aprender haciendo”. Deseo que en estos momentos de crisis y recortes seamos capaces de tener la sensatez necesaria para continuar apostando por iniciativas y Programas basados en esta metodología, como las Escuelas Taller a las que he estado vinculado profesionalmente durante cerca de veinte años. Seguramente habrá muchas cosas que modificar y mejorar, pero lo que creo esta fuera de toda duda, hoy más que nunca, es que esta es una metodología valida y una herramienta potente para luchar contra el fracaso escolar y contra el desempleo juvenil.

Desgraciadamente los recientes Presupuestos Generales, publicados esta semana, no invitan al optimismo. Con la que está cayendo se produce un recorte salvaje en la partida de Politicas Activas de Empleo, de más de 1500 millones de euros. Un hachazo de más del 22 % sobre el presupuesto del año anterior. Las partidas de Innovación e Investigación también reciben recortes importantes. Si no hay dinero para formación, ni para innovación ni investigación ... ¿cómo vamos a salir de esta?, aparte de recortes, aparte de austeridad, ... ¿dónde quedan las propuestas, dónde las soluciones?.


lunes, 2 de abril de 2012

LA REVOLUCIÓN DE LA GENERACIÓN CANGREJO.

Publicaba hace unos días El País un artículo en el que aparecía la enésima etiqueta con la que pretendemos describir a la nueva generación. Generación “cangrejo” es el último de los calificativos que hemos inventado. El apelativo parte de la idea de que esta parece que será la primera generación a la que le tocará vivir peor que sus padres, que caminará hacia atrás, que retrocederá en cuanto a sus condiciones de vida. Antes que esta ya se nos habían ocurrido un sinfín de etiquetas con las que calificarlos: generación “ni-ni” (ni estudia, ni trabaja), generación “mileurista” o “nimileurista” (haciendo referencia a los bajos sueldos) o generación “boomerang” (por volver a casa tras independizarse) fueron algunas de ellas. Todas desde luego negativas y peyorativas.

Comparto plenamente el enfoque del artículo que se centra en cuestionar las razones con las que tan ligeramente nos dedicamos a teñir de negro-negrísimo el futuro de los jóvenes. ¿Acaso las generaciones pasadas no lo tuvieron difícil también?. Es cierto que el panorama laboral no se presenta muy halagüeño, pero también es cierto que estamos ante la generación de jóvenes que más oportunidades ha tenido de estudiar, viajar, aprender idiomas, conocer gente de todo el mundo, etc. Podemos obsesionarnos con las dificultades que inevitablemente tendrán que afrontar para encontrar su espacio en la sociedad, pero también podemos confiar en el increíble potencial que encierra esta generación, y tener esperanzas de que esta generación, quizá dormida durante mucho tiempo, quizá excesivamente acomodada y apática al calor del estado del bienestar, despierte y, obligada por las circunstancias, nos sorprenda con soluciones imaginativas e innovadoras. La necesidad hace maestros, y capacidad e ingenio les sobran a esta generación. Es la hora de reinventarse.

Recuerdo un cuento relacionado con esta última idea...

Había una vez un monje que paseaba con su discípulo cuando sus pasos les condujeron a una casa de apariencia humilde. Durante su viaje el maestro y el aprendiz habían estado comentando sobre la importancia de aprovechar las oportunidades de aprendizaje que iban encontrando a lo largo del camino.

Llegaron al lugar y constataron la pobreza del sitio. Allí vivían una pareja y sus tres hijos en una casa de madera. Todos iban vestidos con ropas sucias y remendadas, sin calzado. Entonces el monje se acercó al padre y le preguntó:” En este lugar no existen señales de trabajo, ni comercios cercanos, ¿cómo hacen para poder sobrevivir aquí?”

El hombre calmadamente le respondió: “Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte de la leche la vendemos o la intercambiamos en la ciudad, y con la otra parte producimos queso, cuajada,… para nuestro consumo y así es como vamos sobreviviendo.”

El sabio agradeció la amabilidad del hombre y tras contemplar el lugar un momento se despidió y maestro y discípulo abandonaron el lugar. Tras caminar unos pasos el monje se giró hacia su fiel discípulo y le ordenó: “Quiero que esta noche vuelvas a la casa, busques la vaca, la lleves al precipicio de allá enfrente y la empujes por el barranco.”

El joven espantado no podía creer lo que estaba escuchando, ¿cómo podía pretender su maestro que obraran de tal forma con gentes tan necesitadas y amables? Más como percibió silencio por parte de su maestro ante sus quejas, no le quedó más remedio que cumplir aquella orden. Al anochecer empujó la vaca por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria del joven durante varios años.

Un día el joven alumno decidió que su etapa como aprendiz en compañía del sabio monje había llegado a su fin y decidió andar solo su camino. Atormentado por la idea de la desgracia que había provocado en aquellas gentes al matar a la vaca que les servía de sustento, decidió volver a aquel lugar para intentar reparar su daño. Así lo hizo, y a medida que se acercaba al lugar empezó a verlo todo muy cambiado, mucho más hermoso que la otra vez que estuvo allí. La casa era ahora mucho más grande y a su alrededor florecían infinidad de árboles frutales junto a otros detalles que demostraban la prosperidad de los habitantes del lugar.

Asustado el joven entró en la casa, pensando que los antiguos propietarios habrían tenido que vender todas sus posesiones angustiados por la necesidad y que otras personas se habrían instalado allí. Acalorado el joven entró en la casa y se quedó helado al comprobar que era la misma familia la que continuaba habitando aquella casa, ahora completamente renovada. Tras recuperar el aliento pregunto al dueño de la casa: “¿Cómo hizo para lograr mejorar este lugar y cambiar su vida?”.

El hombre entusiasmado le respondió:” Nosotros antes teníamos una vaquita que cayó por el barranco y murió. A partir de ese día nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar habilidades que no sabíamos que teníamos, así conseguimos alcanzar el éxito que usted ve ahora.”

Puede que esta generación cangrejo de hoy, tan adormilada, tan acomodada, despierte de su letargo acuciada por la necesidad y descubra esas nuevas habilidades, que sin duda atesora, y que hasta ahora no había intuido y nos conduzca al futuro brillante que se esconde tras los nubarrones de la crisis.

Mientras llega el momento, confabulémonos para ver el vaso medio lleno, y como muestra el video que enlazo, si queremos, si necesitamos definir y calificar a nuestros jóvenes, utilicemos etiquetas que abran la puerta a la esperanza, no que los condenen de antemano al fracaso.


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