viernes, 30 de noviembre de 2012

LA FORMACIÓN ES UN ASUNTO URGENTE

A la hora de priorizar las acciones a tomar, los expertos aconsejan siempre ordenarlas en función de dos variables: su importancia y su urgencia. Para valorar la importancia de una tarea hay que atender a sus consecuencias, mientras que para valorar la urgencia hay que observar los plazos, el tiempo disponible. Situados en este cuadrante de prioridades, lo recomendable, lo idóneo, sería centrar los esfuerzos en aquellas tareas que siendo importantes no son urgentes. Esto nos permitiría afrontar las situaciones con la deseable anticipación y perspectiva, de forma que seamos nosotros los que mantengamos el control.
La educación y la formación son por definición ejemplos de actividades importantes, puesto que su incidencia es siempre una consecuencia a largo plazo. En un momento de emergencia, la tentación de postergar este tipo de inversiones puede ser alta, ya que los efectos de esta decisión no serán sufridos de manera inmediata. Centrados en la urgencia del corto plazo, es fácil olvidarse de obligaciones menos perentorias. Tradicionalmente siempre se ha comparado la labor educativa con la del campesino que prepara y siembra su parcela. Sabe que no recogerá su cosecha de inmediato, sabe que no recuperará su inversión a la mañana siguiente, pero también sabe que si no siembra, tampoco recogerá sus frutos.
Ocurre que si adoptamos esta actitud durante un tiempo prolongado y optamos por descuidar las tareas importantes, estas van adquiriendo rango de urgencia. Llegados a esta situación uno experimenta el mismo estrés que el estudiante que dejó la preparación de los exámenes para la noche anterior y funciona con la tensión de un artificiero enfrentado a un temporizador que no sabe cuando explotará. La premura de tiempo siempre es mala consejera y finalmente los resultados son de baja calidad, cuando no contraproducentes.
Con los programas formativos está pasando algo parecido. Ante la falta de medios se opta por reducir, por postergar estas intervenciones. Se señala que hay temas más apremiantes y decisiones más urgentes que atender. La reacción más frecuente en estos casos por parte de las administraciones responsables es recurrir a la promesa. Pero esta no es más que una forma elegante de no afrontar la situación, de excusar la inacción. Mientras se estudian, se reformulan, se rediseñan, se redefinen, las nuevas propuestas de acción para que sean más efectivas y se ajusten mejor a las nuevas necesidades… el resultado final es una bola de nieve bajando en caída libre por la colina.
Es posible que cuando decidamos retomar los programas formativos destinados a los jóvenes, la respuesta que encontremos sea la misma que la carpa le contestó a Zhuang Zhou. Evidentemente esto huele a cuento…
Un día Zhuang Zhou se encontró sin dinero. Angustiado decidió visitar al Marqués guardián del río para pedirle prestado un poco de grano.
-“Está bien – dijo el marqués – Pronto habré recogido los impuestos en mi feudo y entonces podré prestarle trescientas monedas de oro. ¿Qué le parece?”
Zhuang Zhou, muy indignado ante esta respuesta, le contó la siguiente historia: “Cuando ayer venía hacia acá oí una voz que me llamaba. Mirando alrededor vi una carpa tendida en un carril seco del camino, que saltaba desesperada.
-¿Qué te pasa, carpa? – le pregunté.
-Soy oriunda del Mar del Este – contestó - ¿No tendrás un cubo de agua para poder salvar mi vida?
- Está bien – le dije – Muy pronto visitaré a los príncipes Wu y Yue, en el Sur, y les pediré que hagan llegar el agua del río del Oeste. ¿Qué te parece?
La carpa se indignó muchísimo.
-Estoy fuera de mi elemento habitual – dijo – y no tengo donde vivir. Un cubo de agua me salvaría, pero tú no me das sino promesas inútiles. Pronto tendrá que buscarme en la pescadería.
¡FELIZ REFLEXIÓN! 

martes, 27 de noviembre de 2012

BROTES VERDES Y LA ILUSION DEL INDULTO.

“Brotes verdes” fue la expresión estrella acuñada por el anterior gobierno socialista para anunciar la proximidad de la recuperación económica. Un intento a la desesperada de generar optimismo en la población entendiendo, con buen criterio, que uno de los componentes fundamentales de la actual situación económica era una crisis de confianza. Casi tres años después de aquellas afirmaciones, los síntomas de la recuperación continúan en estado de hibernación, en espera de la prometida primavera.
Con todo no han sido únicamente los socialistas los que han utilizado este discurso optimista (¡acaso cabe esperar otro!). Desde todas las administraciones se viene transmitiendo la información que la crisis está tocando fondo y que el cambio de tendencia y la recuperación económica se producirá a mediados del próximo año. Este empieza a ser un discurso tan habitual como el mensaje del rey el día de Nochebuena. Hace cinco años que la crisis está tocando fondo y hace cinco años que la recuperación asoma a la vuelta de la esquina. Aunque parece que no acabe de vencer la timidez para decidirse.
Este intento de provocar optimismo, de generar ilusión y esperanza, pese a ser necesario, no está exento de importantes riesgos. A fuerza de prometer y no dar, se pierde credibilidad y se consigue el efecto contrario al pretendido: desconfianza y apatía, cuando no rabia y descontento. De nada sirvió negar las evidencias, como igual de inútil es anticipar recuperaciones cuando el resultado observado es precisamente el contrario.
Estos mecanismos de gestión de las emociones colectivas consiguen, en la práctica,  unos resultados similares a los que, salvando las distancias, obtenían los nazis (aunque estos de manera intencionada) en sus campos de concentración con los judíos. Ya sé que la comparación sonará un tanto exagerada, casi rayando la provocación, pero ambos procedimientos tienen consecuencias parecidas.
Cuenta Viktor Frankl en su imprescindible, y varias veces citado en el blog, el hombre en busca de sentido, su experiencia como judío en los campos de concentración nazis. En uno de los capítulos narra cómo los prisioneros eran trasladados, hacinados en vagones, a los campos de exterminio. En esta parte describe una de las técnicas utilizadas por los nazis con la intención de minar la moral de los judíos, como una más de las perversas herramientas de tortura psicológica empleadas en aquellas tiempos. Él la llama "la ilusión del indulto".
Cuenta Frankl como a su llegada a la estación los presos eran recibidos por un grupo de judíos, previamente seleccionados por su aparente buen estado físico. Este planificado recibimiento pretendía generar en los recién llegados la “ilusión” de que las condiciones con las que se iban a encontrar no serían tan desgraciadas como las que ellos habían anticipado. Frankl describe como él y sus compañeros experimentaban en ese momento una relativa recuperación de la esperanza pues, al igual que el reo condenado a muerte espera hasta el último segundo que se produzca la llamada que lo indulte, las personas enfrentadas a una situación crítica tienden a agarrarse a cualquier síntoma, a cualquier “clavo ardiendo” que les ayude a recuperar la esperanza. Esto que Viktor Frankl describió como un mecanismo de amortiguación interna, en el caso de los nazis era fruto de una macabra maniobra que pretendía el derrumbe emocional de los prisioneros. Los alemanes generaban una falsa expectativa, para luego, de improvisto, golpear con la más cruda y salvaje de las realidades.
Este planificado ejercicio de cinismo, no es comparable en cuanto a su intencionalidad con el anuncio de brotes verdes o de próximas recuperaciones, pero si en cuanto a sus consecuencias. La generación continuada de falsas expectativas que luego no se ven refrendadas por la realidad obtiene unos resultados demoledores. A poco que esta situación se prolongue unos años, más urgente que la recuperación económica, será una recuperación social y psicológica de una población que ha pasado de tener una crisis de confianza a una depresión de confianza.
¿FELIZ? REFLEXIÓN

jueves, 22 de noviembre de 2012

TRABAJANDO PRINCIPIOS Y VALORES EN EL AULA



Yo llevo la nariz roja, pero ¿quién hace aquí el payaso?”
Una de las características más alarmantes del actual mercado de trabajo es la precariedad laboral. La escasez de puestos de trabajo, unida a la extrema necesidad y urgencia de miles de personas por obtener unos ingresos con los que llegar a fin de mes, está generando una desregulación alarmante en el mercado de trabajo.  La mayoría de los trabajos, sobre todo los de menor cualificación, se consiguen en un escenario con normas parecidas a la arena de un circo romano. El mercado laboral se convierte así en una especie de lonja en la que diariamente se subastan (a la baja) las ilusiones y las miserias de las personas, y donde lo que en última instancia se pone en juego, es el precio al que cada cual está dispuesto a vender sus principios y su orgullo. Es la aplicación de la libre competencia en su estado más salvaje y despiadado.
En este escenario de necesidad y escasez, en el que las normas se desdibujan y aparecen desconfianzas y recelos por doquier, es fácil desorientarse y perder la perspectiva. Es un contexto deshumanizado en el que las personas se mueven por la urgencia de su necesidad inmediata. Es un terreno fértil para la codicia y el egoísmo, en el que afloran con facilidad todas las miserias humanas. Este es un momento de contrastes, en el que parece no haber lugar para la moderación, donde cada cual saca lo peor de si mismo,… pero también lo mejor. Al tiempo que conocemos casos de personas sin escrúpulos capaces de hacer negocio de la necesidad de los demás, encontramos cientos de conmovedoras historias basadas en la solidaridad, el compromiso y el altruismo de personas de gran corazón.
Es por esto, que es precisamente en estas circunstancias, cuando debemos redoblar los esfuerzos para, desde nuestros programas formativos, incidir en la importancia de los valores y las actitudes en la vida y en el trabajo. No es suficiente articular nuestros programas desde la acumulación de saberes, de conocimientos, de habilidades profesionales o de búsqueda de empleo, sino que cada vez resulta más imprescindible entrar de lleno en los contenidos relacionados con el saber ser. Es urgente que este tipo de contenidos dejen de estar reflejados en las programaciones educativas como competencias transversales, que todo lo abarcan, que todo lo impregnan, pero que al final nadie imparte y quedan relegadas a bienintencionadas declaraciones de intenciones.
Al incorporarse al mundo laboral, al convertirse en adultos, nuestros jóvenes alumnos necesitaran de un importante andamiaje basado en principios, valores y emociones que los sustenten. Solo dotados de estas habilidades podrán enfrentar las duras circunstancias que les esperan a la vuelta de la esquina con entereza, con la fortaleza necesaria para no hundirse ante la primera expectativa frustrada.
Este tipo de aprendizajes son difícilmente adquiribles en un contexto de aula, ya que requieren de la experimentación, de la vivencia por parte del alumno, para que pueda interiorizarlos. Además, necesariamente deben asentarse sobre una base de coherencia entre lo mostrado y lo demostrado por todos sus referentes, tanto profesores como padres (ver el poder del ejemplo). Sin embargo la complejidad no puede convertirse en excusa, sino más bien en aliciente ante la necesidad.
Como en todo, siempre es mejor dar un pequeño paso, ponerse en marcha, intentarlo aunque nos falten medios, apoyos o conocimientos. Siempre será mejor que permanecer inmóvil en el terreno yermo de las justificaciones. Como decía Gandhi, “lo importante es la acción, no el resultado de la acción. Debes hacer lo correcto. Tal vez no esté dentro de tu capacidad, tal vez no esté dentro de tu tiempo que haya algún resultado”.
Acompaño hoy una de las actividades que utilizo en clase para trabajar estos temas con mis alumnos. La actividad arranca con la proyección del cortometraje Clown de Stephen Lynch, que nos sirve de base para plantear diferentes cuestiones sobre principios, actitudes y trabajo. Esta historia presenta un argumento brillante, perfecto para adentrarse en el difícil engranaje de emociones, valores y necesidades que, con tanta frecuencia, generan conflictos entre los ámbitos personal y profesional.





¡ FELIZ REFLEXIÓN!

lunes, 19 de noviembre de 2012

EL HÁBITO QUE HACE AL MONJE.



Dice el refrán que el hábito no hace al monje, y es muy cierto. Sin embargo existe una excepción a este dicho, ya que en realidad si existe un hábito que tiene esa capacidad transformadora, que tiene el poder de convertirnos en monjes o en cualquier otra cosa que queramos ser. ¿Cuestión de magia?, ¿de fe tal vez? Quizás en parte sí, aunque creo que los ingredientes esenciales para esta transformación son la constancia y el esfuerzo. Un cuento…

Cuenta la historia que tanto y tan duramente habían golpeado las adversidades a aquella familia que sus tres hijos se habían visto obligados a salir y buscarse el sustento, muchas veces incluso recurriendo a la mendicidad. Vagabundeaban de una ciudad a otra en busca de una oportunidad que nunca aparecía. Dormían en refugios improvisados con la vista puesta en el cielo para que las condiciones fueran clementes con ellos.

Una noche, mientras cenaban en una posada a las afueras del pueblo, se les acercó un anciano y les pidió permiso para sentarse con ellos. Mientras comían, conoció sus penurias y compadeciéndose de ellos les dijo: - “Precisamente estaba buscando gente como vosotros. Resulta que tengo un campo aquí cerca, que heredé de mi padre, el cuál antes de morir me dijo que guardaba un tesoro. En mi juventud me dediqué a divertirme y ahora, aunque quisiera, ya no tengo fuerzas para ponerme a buscar ese tesoro. No tengo familia y siento que cuando muera el tesoro quedará perdido para siempre. Vosotros sois jóvenes, podríais aprovechar esta oportunidad. Os regaló el campo a condición de que empecéis la búsqueda inmediatamente.

Los tres hermanos, locos de alegría, pensando que por fin la suerte les sonreía, aceptaron sin rechistar. A la mañana siguiente, el viejo los llevó hasta el campo y tras desearles suerte se marchó. Era un campo grande, que había estado abandonado durante muchos años. La tierra estaba dura y llena de piedras y malas hierbas, por lo que el trabajo era agotador.

Pasados unos días de duro trabajo, y con las manos ensangrentadas, el hermano mayor tiró la azada con la que cavaba y dijo que no aguantaba más, que se marchaba. Los otros dos, siguieron con su trabajo. Llevaban removido más de la mitad del terreno cuando otro de los hermanos, desesperado, también decidió desistir. Intentó convencer a su hermano pequeño de que los habían engañado, de que aquel viejo loco se había burlado de ellos, y que estaban haciendo un esfuerzo inútil. El invierno está a las puertas, le dijo, y será duro. Pero el más pequeño de los hermanos decidió quedarse y finalizar el trabajo.

Pasó el tiempo y al quedarse solo el trabajo avanzaba con lentitud. Pasó el invierno y llegó la primavera y, el pequeño de los hermanos, aún continuaba buscando con la esperanza de ver aparecer el preciado tesoro. Finalmente a mediados de año, todo el terreno había sido removido. El joven ya casi había olvidado el objeto de su trabajo. Pero el viento de marzo había depositado en aquella tierra removida miles de semillas que, con las lluvias de abril, empezaron a germinar en aquella rica tierra tan profundamente labrada. Llegado el verano aquellas tierras produjeron una abundante cosecha, que el joven se afanó en recoger.

El hermano menor había encontrado por fin el tesoro prometido que aquel campo guardaba. Un tesoro inagotable que, con los cuidados adecuados, le duraría al joven toda su vida.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

jueves, 15 de noviembre de 2012

PEREZA APRENDIDA

Todos los que trabajamos con jóvenes y adolescentes en el ámbito educativo observamos en nuestros alumnos en muchas ocasiones actitudes que denotan desgana, apatía, desinterés,… en definitiva, falta de implicación en su actividad escolar. Comportamientos todos ellos aparentemente contradictorios con su etapa vital, rebosante de energía, con todo un mundo de posibilidades a su alcance, con un proyecto personal incipiente, y que debe ser ideado y construido,… Esta contradicción ha llevado a diferentes autores a profundizar en las causas o las explicaciones de estas conductas, planteándose la cuestión sobre cómo se origina, cómo nacen estas actitudes en nuestros alumnos.
La primera cuestión es por tanto: ¿nacen o se hacen? ¿Podemos encontrar una base genética, una predisposición natural hacía la pereza frente a la actividad? ¿Es el hombre perezoso por naturaleza, como se preguntaba From? Es decir, puestos en una situación de poder conseguir cubrir todas nuestras necesidades sin necesidad de esforzarnos, ¿la aceptaríamos de buen grado o, saldríamos disparados a la búsqueda de nuevos retos, que dieran sentido a nuestra existencia? ¿Preferimos ser nómadas acomodados o sedentarios aventureros?
Imaginemos que nos encontramos en un parque, una mañana de domingo, tranquilamente leyendo el periódico, recostados en un banco, disfrutando de los primeros rayos de sol que empiezan a calentar la mañana. El canto de los pájaros, y el suave trote de algunos madrugadores que han salido a correr, son los únicos sonidos que escuchamos. De repente, mientras estamos ensimismados en nuestros pensamientos, aparece una pareja con dos niños de corta edad. Descargan sus bicicletas, balones, cubos y palas para el arenero, muñecas, cuentos y mochilas con bocadillos y bebidas en el banco contiguo al nuestro (¡¡con lo grande que es el parque!!). Los niños empiezan a gritar y acaparar todo el espacio: juegan con todo y pronto lo abandonan para pasar a otra cosa, hacen agujeros en la tierra, lo ensucian todo, lo tocan todo, lo miran todo, lo gritan todo… ¿Existe una pereza innata? ¿Una tendencia genética a la pasividad? En caso afirmativo, los niños están mal programados.
Si observamos a los niños y su innata curiosidad, su desbordante imaginación y su energía sin límites, parece que la respuesta a nuestra cuestión sea obvia: Evidentemente tenemos una predisposición a la acción, que nos aleja de la pereza y nos acerca más al nómada aventurero. Pero…, imaginemos otra situación.
Si nos dieran un sueldo Nescafé para toda la vida, si nos asignaran una pensión vitalicia que cubriera nuestros gastos, si nos tocará un premio en un sorteo y pudiésemos vivir de los intereses, si nos abandonaran en un lugar idílico en el que todas nuestras necesidades (alimentación, refugio, cariño, protección) estuvieran garantizadas,… puestos en semejante tesitura, enfrentados a tal tentación, ¿Qué haríamos? ¿Cómo nos comportaríamos? ¿Nómada o Sedentario?
En realidad, a poco que lo pensemos, las situaciones descritas en el párrafo anterior, describen la realidad de un buen número de adolescentes y jóvenes. Bajo el manto protector de sus familias, sienten que todas sus necesidades están cubiertas y, por tanto, la tentación a acampar, a establecer campamento base en estas condiciones es elevada. La llamada del sedentarismo y la acomodación resuena en el alma del niño guerrero.
Parece ser que esa pereza, esa apatía que observamos en nuestros jóvenes, al menos la gran mayoría de autores e investigaciones coinciden en ello, no responde a algo innato, sino que nace como una respuesta adaptativa a las exigencias, o mejor dicho, a la falta de ellas, del entorno. Es por tanto una conducta adquirida, aprendida.
Existen algunas investigaciones muy interesantes que reflejan como se produce este aprendizaje. Quizás los más conocidos sean los experimentos con animales realizados por Glen Jensen en los que demostraba como los animales preferían ganarse la comida, en vez de comer lo mismo sin realizar ningún esfuerzo. Otros experimentos realizados con animales por Engberg y su equipo, acostumbraron a un grupo de palomas a obtener su alimento sin necesidad de realizar ningún esfuerzo. Pasado cierto tiempo, modificaron la situación para que estas palomas tuvieran que esforzarse, si querían obtener ese mismo alimento. Y el resultado fue que tardaron mucho tiempo en volver a recuperar el hábito perdido.
¿Y qué ocurre con nuestros “perezosos” alumnos? ¿En qué medida sienten la “necesidad” de esforzarse? ¿En qué medida se encuentran sobreprotegidos y acomodados? ¿Cómo perciben la rentabilidad de su esfuerzo? Recupero una frase que utilice a menudo en mis primeras entradas del blog y que resume la filosofía adolescente: “Ir pá ná es tontería”.
Educamos en valores, pero lo hacemos desde el concepto, no desde la experimentación y el ejemplo. Predicamos la necesidad de una cultura basada en el sacrificio, el esfuerzo y la constancia, pero al mismo tiempo sobreprotegemos a nuestros adolescentes evitándoles la asunción de riesgos y responsabilidades. Queremos que sepan valorar lo que tienen, pero los atiborramos de regalos en navidad. Nos anticipamos a sus deseos, cubriéndolos antes incluso de que los planteen, y por lo tanto les empujamos a elevar sus expectativas (y exigencias). Buscamos jóvenes esforzados y aventureros, al menos eso consta en nuestra declaración de intenciones, pero en la práctica, nos esforzamos en mantenerlos cobijados bajo nuestra ala.
“Las escuelas matan la creatividad” afirma Ken Robinson, y la educación (familia-sociedad-escuela) fusila la iniciativa, la responsabilidad, el esfuerzo, la autonomía, la singularidad,… Mientras no encontremos el camino de la coherencia, mientras no exista una correspondencia entre conductas y recompensas recibidas (percibidas), muchos de nuestros jóvenes continuaran aprendiendo que la pereza es un territorio confortable en el que acampar.
*Las referencias a estudios y autores citadas en el artículo están extraídas del recomendable libro de Jose Antonio Marina “Los secretos de la motivación”, en el apartado en el que analiza la pereza aprendida.
¿FELIZ? REFLEXIÓN.

lunes, 12 de noviembre de 2012

PIENSA LO QUE PIENSAS ANTES DE ACTUAR.

Dadme un niño y haré de él lo que quiera, un ingeniero, un artista o un asesino.”La chulería en cuestión se le atribuye a John Watson, uno de los padres de la psicología y una referencia indiscutible del Conductismo. ¿Qué le vamos a hacer? Nadie puede renegar de sus orígenes,… ¡aunque a veces los miembros de su familia lo avergüencen!
Durante un tiempo el Conductismo creyó haber encontrado la piedra de toque del comportamiento humano, y pensó que aplicando la norma del palo y la zanahoria (combinar premios y castigos), podría conseguir cualquier cosa que se propusiese. La teoría era sencilla: cualquier conducta que se refuerce aumentará su probabilidad de repetirse en el futuro, cualquier conducta que se castigue, por el contrario, tenderá a extinguirse. Esta norma se aplicó experimentalmente hasta la extenuación con todo tipo de animales: ratas, perros, palomas, monos,… convirtiendo los laboratorios de la incipiente ciencia psicológica en algo parecido a un circo de tres pistas, donde el domador (psicólogo) conseguía con facilidad que los animales realizaran el triple salto mortal hacía atrás con tal de recibir su terroncito de azúcar (o evitar una descarga eléctrica).
Tan convencidos estaban de la contundencia de los resultados obtenidos, que estos experimentos no tardaron en aplicarse con niños de corta edad (bebes de menos de un año) a los que sin ningún reparo se les infundieron miedos y aversiones a diferentes objetos o animales, utilizando las técnicas del condicionamiento clásico. Si bien estas experiencias demostraron su eficacia en la generación de conductas asociadas a un estimulo, sus resultados no fueron tan contundentes a la hora de “deshacer el entuerto”, es decir, para extinguir o eliminar los miedos provocados (ello demuestra que siempre es mucho más fácil aprender que desaprender). Por suerte la ética no tardó en llamar a la puerta de estos laboratorios, prohibiendo este tipo de prácticas.
Con el tiempo los Conductistas se vieron obligados a reducir su entusiasmo inicial admitiendo limitaciones en sus planteamientos. Los resultados obtenidos con animales no eran tan fácilmente extrapolables al comportamiento humano, ya que, como las nuevas corrientes Cognitivas apuntaban, en el caso humano incidía una variable crítica que marcaba una diferencia sustancial con la experimentación animal: la capacidad de pensar. Las personas a través del pensamiento anticipan, interpretan y atribuyen causalidad a los acontecimientos que les ocurren, y ello conlleva que, expuestos ante una misma situación, enfrentados a los mismos estímulos, la experiencia sea “vivida”(percibida) de manera diferente por cada persona.
Cada vez más la investigación psicológica otorga un mayor peso a los procesos internos a la hora de explicar la conducta. Reaccionamos de tal o cual forma en función de la particular lectura que cada uno de nosotros realiza de los hechos que le suceden. Esto me llevo a afirmar en un post anterior que la realidad no existía  pues siempre esta sujeta a la particular interpretación de cada uno. Así se explica que, enfrentados a una misma situación, dos personas reaccionen de manera distinta, incluso opuesta. Enfrentados a una mala noticia, un despido inesperado, un mal diagnóstico médico o un accidente de tráfico, hay personas que se desmoronan y personas que reaccionan sobreponiéndose a la situación y enfrentando el reto de dar lo mejor de sí mismas. Cada vez más la investigación avala el hecho de que no son tanto las circunstancias, sino la actitud que tomamos ante ellas, lo que determina el resultado obtenido.
Hace unos años Coca-Cola realizó una campaña publicitaria basada en este concepto. El anuncio en cuestión, algunos lo recordareis, mostraba a un empleado administrativo de una gran empresa que era llamado a la oficina del jefe para recibir la contundente noticia de que estaba despedido. El spot mostraba entonces algunas posibles reacciones del afectado, bastante extremistas todas, pero que sirven para ejemplificar la cuestión. Finalmente acababa  por mostrar una actitud más moderada, más calmada, en la línea de… “si se cierra una puerta, en algún lugar se abrirá una ventana”. En todo caso este anuncio me sirve para mostrar como ante una misma situación las personas reaccionamos de manera distinta. Y como decía Viktor Frankl, precisamente la grandeza del ser humano estriba en esa libertad de elección que conservamos en todo momento, a pesar precisamente, de las circunstancias. Hay que tener en cuenta que Frankl llegó a estas conclusiones tras su paso por los campos de concentración nazis, en los que estuvo preso por su condición de judío.
Es por ello que, por difíciles y confusos que nos parezcan los tiempos, ¡que lo son!, siempre debemos mantener la necesaria perspectiva frente a los acontecimientos, para poder elegir la actitud que más nos beneficie en cada momento. Adoptar una postura inteligente supone valorar las cosas en su justa medida, siendo consciente de los inconvenientes y las dificultades que se nos presentan, pero también valorando las oportunidades y los retos que se nos plantean. Y teniendo bien presente, que en última instancia las cosas serán como nosotros nos las contemos, no como otros nos las quieran vender.
Precisamente sobre estas ideas reflexionaba brillantemente hace unos días Rober en su blog bitacorarh,  en un magnífico artículo titulado perspectiva. Su lectura es un pequeño sorbo de sabiduría, de esa sabiduría práctica tan necesaria en estos días.
¡FELIZ REFLEXIÓN! 

martes, 6 de noviembre de 2012

LA PARADOJA DE T.J. DETWEILER.

Ocurrió este verano, durante uno de esos días de mediados de agosto en los que el insoportable calor no daba tregua. Intentaba hacer una siesta tratando de escapar del bochorno, cuando escucho una melodía que me resulta familiar y unas agudas vocecillas me sacan del sueño. Aún algo desconcertado, salgo de la habitación y compruebo el origen de los sonidos que me acaban de despertar. Mi hija está en el comedor viendo unos dibujos en el portátil. Me siento a su lado y, aun algo desorientado, me pongo a verlos con ella. Inmediatamente los reconozco, yo mismo le grabé esos episodios de la banda del patio. ¡Qué de recuerdos!

Poco a poco, al tiempo que voy despertándome, voy enganchándome al argumento del capítulo.  En este episodio T.J., el  de la gorra roja vuelta hacia atrás, se ha encerrado en su habitación y se niega a salir de ella en protesta por una de las decisiones tomadas por el consejo escolar: asfaltar el patio del recreo para evitar que los niños se ensucien y lastimen. Repetidamente sus padres y sus amigos intentan hacerle desistir de su decisión, hacerle entrar en razón, aunque sin conseguirlo. Finalmente es el mismísimo director Skinner el que se sube hasta el tejado para intentar convencer al chico.

Tras una intensa conversación en la que T.J. Detweiler consigue que el director recuerde su época de estudiante, y los buenos momentos que pasó ensuciándose en el patio del recreo (todos fuimos niños, aunque a menudo lo olvidemos), los acontecimientos toman un giro inesperado. Skinner le reconoce que tampoco él comparte la decisión tomada por el consejo, y que tiene serias dudas sobre el sentido y la utilidad de la misma. Entonces T.J., en un arranque de madurez y clarividencia, le dice que no podemos aceptar sin más los cambios que nos proponen simplemente porque nos vengan impuestos desde arriba. Si no estamos de acuerdo, tenemos que decirlo, tenemos la obligación y el derecho de defender nuestras opiniones, de luchar por aquello que nos parece justo. El director Skinner, admitiendo la gran verdad de las palabras del chico, decide entonces acompañarlo en su encierro y secundar su protesta.

La noticia de un chico y su profesor encaramados en un tejado en señal de protesta inmediatamente se convierte en noticia para televisiones y periódicos. Y casi al mismo tiempo que la noticia tiene repercusión en los medios, los teléfonos suenan y los políticos e inspectores se ponen en marcha: Tienen que parar esta locura antes que se les vaya de las manos. Esta vez el turno de mediación recae en el jefe directo de Skinner, uno de los inspectores, que accede hasta el tejado para hablar con los “agitadores” e intentar acabar con este sinsentido. Escuchados los argumentos, el inspector reconoce que tampoco él entiende muy bien los motivos de la controvertida propuesta.

Poco a poco todos los miembros del consejo, reunidos en la acera de la casa de Detweiler para observar el curso de los acontecimientos, reconocen que ninguno veía razones de peso para asfaltar el patio, que todos ellos aprobaron la medida para no contravenir al resto de miembros, pensando que ellos realmente sí veían las ventajas de la propuesta. Avergonzados ante la actitud tomada, los miembros del consejo deciden retractarse y retirar la propuesta. T.J. Detweiler ha conseguido su objetivo: Ha salvado el patio del recreo y, quizás lo más importante, ha hecho recobrar la cordura a los miembros del consejo.

Acabado el capítulo, en mi cabeza, ya completamente despejada, bullen las ideas. Si sustituimos “asfaltar el patio” por cualquier otra  de las descabelladas reformas educativas, que últimamente se promulgan con tanta frecuencia, obtenemos motivos más que suficientes para tomar los tejados. Quizás solo se necesite una simple llamada de atención para que las personas encargadas de proponer, redactar, aprobar y ejecutar estas leyes se paren a pensar sobre lo ineficaz de las medidas, quizás tras un breve momento de reflexión, se den cuenta que en realidad tan solo las aplican porque les vienen dadas desde instancias superiores, quizás, a poco que reflexionen, descubran que tampoco ellos comparten ni los planteamientos ni las intenciones, quizás… sea el calor el que me ablanda las neuronas.

Semanas más tarde leyendo “Aprenda optimismo” de Martin Seligman, padre de la psicología positiva, descubro en uno de los capítulos la Paradoja de Abilene. Esta paradoja alerta sobre los riesgos del pensamiento gregario, que además suele darse con frecuencia en las situaciones críticas. En concreto el ejemplo utilizado es el de una familia que decide hacer un viaje hasta la ciudad de Abilene. Tras pasar un viaje lleno de penurias, de regreso a casa, uno de ellos con bastante socarronería pregunta a los otros “¿ha sido un gran viaje no?”, a lo que todos en ese momento admiten que ninguno tenía ganas de ir a Abilene, y que solo aceptaron porque pensaban que a los otros les hacía ilusión.

La lectura de este capítulo me trae inmediatamente a la memoria el capítulo de La banda del patio. Resulta que la psicología social ya había analizado este tipo de comportamientos, para mostrar como en determinadas situaciones, los miembros de un grupo pueden tomar decisiones en contra de sus principios, creencias o preferencias, para mostrar como en determinadas situaciones, consecuencia del pensamiento grupal, se produce una especie de distorsión que nos lleva a aceptar y respaldar una decisión que en realidad no es compartida por ningún miembro del grupo. Este sería un claro ejemplo del fenómeno de acomodación, del que hable hace unos días recuperando una escena del Club de los poetas muertos. Un ejemplo de falta de asertividad, y de la poca lógica que muchas veces subyace en las decisiones que tomamos.

Dejo la pregunta/reflexión de hoy en el aire: Con la aprobación de todas estas medidas de austeridad y recorte que se están implantando últimamente, ¿no estaremos en realidad asfaltando el patio del recreo, no estaremos yendo a Abilene?

¡FELIZ REFLEXIÓN!

viernes, 2 de noviembre de 2012

NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE.

Comparto hoy una de las historias que utilizo en clase para reflexionar con los alumnos sobre los beneficios que obtenemos con nuestro trabajo. Trabajamos para vivir, es cierto. Realizamos nuestros trabajos a cambio de un sueldo, de hecho, si no fuera así no lo consideraríamos trabajo, sería más una afición, unas prácticas o un voluntariado. Pero lo cierto es que nuestro trabajo diario, si estamos atentos para distinguirlo, nos reporta mucho más que simple dinero. El cuento se titula “los tres consejos”.


Había una vez…

…una joven pareja de recién casados que empezó a pasar necesidades y a tener que vivir de la caridad de sus vecinos. Un día, harto de esta situación, el marido le propuso a su esposa:  

- “Querida, voy a irme a buscar trabajo fuera. Viajaré lejos con tal de buscar un empleo y las oportunidades que aquí no tenemos. Cuando consiga tener las condiciones que nos garanticen una vida cómoda y digna, regresaré a buscarte. No sé cuánto tiempo tendré que estar fuera, pero solo te pido una cosa, que me esperes, me seas fiel y confíes en mí mientras esté lejos, pues yo te prometo serte igualmente fiel.”

Así, el decidido marido caminó muchos días a pie, hasta encontrar un hacendado que necesitaba a alguien para trabajar en sus tierras.

El joven llegó y se ofreció para trabajar y fue aceptado. Antes de comenzar su trabajo, el joven le propuso a su nuevo jefe: “Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando encuentre que debo irme, usted me liberará de mis obligaciones. Yo no quiero recibir mi salario. Le pido que lo coloque en una cuenta de ahorro hasta el día en que me vaya. Ese día usted me dará el dinero que yo haya ganado hasta entonces."
Estando ambos de acuerdo, aquel joven trabajo durante veinte años, sin vacaciones y sin descanso. Después de ese tiempo se acerco al hacendado y le dijo: "Patrón, ha llegado el momento de volver a mi casa, quiero mi dinero para poder irme."

El patrón le respondió: - "Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplir con mi parte, solo que antes quiero hacerte una propuesta: Yo te doy tu dinero y tú te vas, o a cambio de tu dinero te doy tres consejos. Si te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y mañana cuando estés dispuesto para partir me das la respuesta."

Él pensó durante toda la noche y finalmente a la mañana siguiente busco al patrón y le dijo: "Quiero los tres consejos" El patrón le recordó: "Si te doy los consejos, no te doy el dinero." Y el empleado respondió: "Quiero los consejos."

El patrón entonces le aconsejo: NUNCA TOMES ATAJOS EN TU VIDA.  NUNCA SEAS CURIOSO DE AQUELLO QUE REPRESENTE EL MAL. NUNCA TOMES DECISIONES EN MOMENTOS DE ODIO Y DOLOR.

Después de darle los consejos, el patrón le dijo a su empleado, que ya no era tan joven: “Aquí tienes tres panes. Dos son para que los comas durante el viaje, pero este tercero es para que lo compartas con tu esposa cuando llegues a casa."

El hombre entonces emprendió el camino de vuelta, el mismo que veinte años antes había recorrido en sentido contrario, con la ilusión de reencontrarse con su amada.

Después del primer día de viaje, encontró una persona que lo saludo y le pregunto: "¿Hacía dónde vas?" Él le respondió: "Regreso a mi pueblo por este camino, aunque aún me quedan más de veinte de camino para llegar." La persona le dijo entonces: "Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegaras en pocos días". El joven contento, comenzó a caminar por el atajo indicado cuando, de pronto,  se acordó del primer consejo. Entonces volvió sobre sus pasos para retomar el camino normal.

Días después supo que el atajo conducía a una emboscada.

Después de algunos días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera, en la que poder hospedarse. Pago la tarifa por un día y después de tomar un baño se acostó a dormir. De madrugada se levanto asustado con un grito aterrador. Se levanto de un salto y se dirigió hasta la puerta para ir a averiguar qué era aquello. Cuando estaba abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo. Entonces regresó a su cama y se volvió a acostar.

Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le pregunto si no había escuchado un grito durante la noche. Al contestarle que sí, el dueño de la posada le preguntó: “¿Y no sintió curiosidad?”.  El joven respondió que no. Entonces el posadero añadió: “Usted es el primer huésped que sale vivo de aquí, pues mi único hijo tiene crisis de locura, grita durante la noche y cuando el huésped sale, lo mata y lo entierra en el jardín.”

El joven siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa. Después de muchos días y noches de caminata, ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de su pequeña casa, caminó y vio entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba anocheciendo, pero alcanzó a ver que ella no estaba sola.

Anduvo un poco más y desde la ventana observó que ella tenía sentado en su regazo a un hombre al que acariciaba los cabellos. Cuando vio aquella escena, su corazón se llenó de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos para matarlos sin piedad. Respiró profundamente y ya se apresuraba a acabar con ellos, cuando recordó el tercer consejo. Entonces se paró y reflexionó. Decidió dormir allí mismo aquella noche y que al día siguiente, con la cabeza fría, tomaría una decisión.

Al amanecer, tras pasar toda la noche en vela, decidió que no mataría a su esposa. Decidió que volvería a la hacienda para intentar recuperar su trabajo, pero también decidió que antes de irse, quería decirle a su esposa que él había cumplido su parte del trato y que le había sido fiel durante todo ese tiempo.

Se dirigió a la puerta de la casa y llamó. Cuando su esposa abrió la puerta lo reconoció de inmediato. Se le lanzó al cuello abrazándolo y besándolo incrédula. Él trataba de quitársela de encima, pero no lo conseguía. Entonces con lagrimas en los ojos le dijo: "Yo te fui fiel y tú me traicionaste”. Ella espantada le responde: “¿Cómo? Yo nunca te traicioné, te esperé durante veinte años.” El marido entonces le pregunta: "¿Y quién era ese hombre al que acariciabas ayer por la tarde? La mujer sorprendida le contesta: “Aquel hombre es… nuestro hijo. Al poco de irte descubrí que estaba embarazada. Hoy, él tiene veinte años.

Entonces el marido entró, conoció y abrazó a su hijo y les contó toda su historia. Más tarde, mientras su esposa preparaba la cena, el marido recordó que aún conservaba el tercer pan que le había entregado el hacendado y lo sacó para compartirlo durante la cena. Al partirlo, comprobó con asombro como dentro del pan se escondía todo el dinero ganado durante sus veinte años de trabajo y dedicación.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

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