martes, 28 de mayo de 2013

EL “CONDIMENTO” SECRETO DE LA RECETA DE LA EDUCACIÓN


Dice un conocido refrán que a nadie le amarga un dulce, lo que no acaba de explicar el dicho es que el exceso de dulces empalaga. Con los hijos suele ocurrir. Un cuento* (y un vídeo de regalo).

Había una vez un joven alto y bien parecido, criado en un hogar acomodado, cuya familia siempre había procurado porque al muchacho no le faltase de nada. Su madre, conocedora de su buen apetito, le compraba y preparaba las comidas más exquisitas, con la intención de complacer en todo lo posible a su hijo. A pesar de ello, pocas veces el joven encontraba la comida a su gusto, pues siempre había algo que acababa por  contrariarlo.

Una noche el joven acudió a comer a un restaurante cercano, quería comprobar si allí tenían algo que en verdad le gustara. Pidió varios de los platos de la carta, incluyendo la especialidad de la casa, pero ninguno le agradó. Visiblemente indignado pidió explicaciones al cocinero, acusándole de no tener ni idea de cocinar.

En ese momento, viendo el alboroto que se estaba produciendo en el restaurante, el propietario del local trató de calmar al exigente cliente diciéndole: - Tranquilo. Si quieres comer realmente bien yo te ayudaré. Sólo te pido que vuelvas mañana al mediodía y, cuando termine mi trabajo, le pediré a mi madre que cocine para ti. Mi madre es una fantástica cocinera y prepara una salsa especial. Te aseguro que nunca comerás con tanto agrado como en nuestra casa.

El joven que siempre estaba dispuesto a probar nuevas comidas se calmó y aceptó la invitación ansioso de probar aquellos manjares. Al día siguiente a la hora acordada el muchacho se presentó en el lugar en busca de su anfitrión. Al llegar, observó sorprendido como el restaurante estaba repleto de clientes y como los pocos camareros del local se afanaban por servir las numerosas comandas. El joven observó como el propietario se debatía entre la barra y la cocina intentando poner un poco de orden en aquella algarabía.

El chico se le acercó y le dijo: - “Ayer quedamos en que pasaría a buscarte a esta hora. Tenemos que ir a comer a casa de tu madre”.

 – Es cierto- dijo el agobiado propietario – pero precisamente hoy se celebraba una convención aquí cerca y toda esta gente ha acudido a comer sin avisar. Como ves estamos hasta arriba de trabajo.

No dispuesto a renunciar a las primeras de cambio a su invitación, el joven insistió al dueño del local para que cumpliera su palabra. Tras respirar un momento, el dueño le propuso al muchacho: - Mira, vamos a hacer una cosa. Yo no puedo abandonar todo esto ahora e irme contigo, además precisamente hoy voy muy flojo de camareros, así que si te parece hacemos lo siguiente. Tú te pones el mandil y me ayudas sirviendo las mesas y, cuando acabemos vamos a casa de mi madre que tendrá preparada la comida prometida.

Aunque a regañadientes el muchacho finalmente aceptó. Se colocó el uniforme y siguiendo las indicaciones del propietario fue sirviendo los platos y bebidas en las mesas. El trabajo se dilató durante más de dos horas, pues eran muchos los comensales a los que había que atender. Finalmente el local estaba vacío y el trabajo acabado.

- Bien, es momento de ir a tu casa - dijo el muchacho secándose el sudor.

- ¡Qué poco conoces el trabajo de un restaurante!- comentó el dueño. Aún tenemos que dejar el local recogido y las mesas preparadas. De lo contrario no podría abrir mi negocio esta noche.

A regañadientes, el joven volvió al trabajo ayudando al personal a recoger y preparar de nuevo el establecimiento. Todo con tal de acabar cuanto antes y poder probar la fantástica comida prometida.

Al poco tiempo el local estaba nuevamente en orden y los dos pudieron finalmente ir a disfrutar de su comida. Cuando llegaron a la casa encontraron una mesa elegantemente dispuesta y un par de platos recién hechos esperándoles. Los dos se sentaron y comenzaron a comer. El dueño del restaurante observaba a su invitado esperando su opinión.

-Quiero felicitar personalmente a la cocinera- dijo al cabo de unos minutos- Nunca he probado nada tan delicioso como esto. Sin duda tenías toda la razón al afirmar que tu madre era la mejor cocinera del mundo y que preparaba una salsa especial.

El anfitrión comenzó entonces a reír y le contestó: “La famosa salsa que has probado hoy es la misma que te serví ayer en el restaurante, lo que ocurre es que tú nunca te habías sentado a la mesa tan cansado y con tantas ganas de comer como hoy.”

* Adaptación propia del cuento “la salsa de mamá” encontrada en Veghazi.com





¡FELIZ REFLEXIÓN!


viernes, 24 de mayo de 2013

EL PROBLEMA NUNCA ESTÁ EN LAS NOTAS


A menudo, por desgracia, el boletín de calificaciones trimestral, es el único medio de comunicación entre profesores y padres. Y esta acostumbra a ser una comunicación telegráfica, institucionalizada e insustancial. Es como si cada cierto tiempo el profesor nos enviara un whatsaap diciendo: “Todo bien, no hay porque preocuparse. Su hijo es un siete”. Al recibirlo, los padres se afanan en contestar: “OK” y añaden un emoticono sonriente.

Claro que en ocasiones cambia un poco el cuerpo del texto y el mensaje enviado desde el centro avisa de la llegada de los números rojos. “Las notas de su hijo han bajado en la última evaluación. Ha suspendido 7. Tenemos que hablar”. La respuesta por parte de los padres no se hace esperar: “OK (emoticono furioso)”.

Con la llegada de la temporada de los primeros suspensos surge en los padres la imperiosa necesidad de acudir a visitar el colegio, desgraciadamente más en busca de culpables que de soluciones. Suena el silbato y el balón negro de la culpabilidad se pone en juego. Los padres saldrán decididamente al ataque intentando colocarlo en la portería del docente. El profesor, experto veterano, utilizará hábiles técnicas defensivas para repeler el ataque. Finalmente se pactará una vía de consenso: “Nada está perdido, aún queda por disputar la segunda parte”. Se proponen algunos cambios técnicos de urgencia y se apela al espíritu de las grandes remontadas… Si hubiera que apostar yo pondría un “2 fijo”. Se masca la tragedia.

Aparecen los suspensos y se encienden las sirenas. Esto es lo más parecido que conocemos a un sistema precoz de detección. Aunque en realidad es tan efectivo como dar la voz de alarma 2 minutos antes de la llegada del tsunami. Sabiendo que vivimos en zona de riesgo, ya podríamos habernos currado un sistema de detección más eficaz. Algunos quizás dirán que con los nuevos cambios legislativos estamos en ello. Por mi parte, dudas.

Pero ocurre que a menudo confundimos los síntomas con el diagnóstico. Utilizamos el termómetro para saber si el paciente tiene fiebre, pero la temperatura anormal no es la enfermedad, no es más que un avisador que indica que algo en nuestro cuerpo no funciona bien. El tratamiento no consiste en recetar medicamentos para bajar la fiebre, sino en averiguar las causas que la provocan y actuar en consecuencia.

Muchos de los problemas de conducta que presentan los adolescentes en los institutos se ven venir desde lejos. Ni para bien, ni para mal, nadie cambia de repente, de hoy para mañana. Pero esos pequeños cambios, esa multitud de síntomas, poco parecen importar mientras no se reflejen en las notas. Mientras el boletín siga inmaculado, mientras la evaluación mantenga la línea de flotación del aprobado, todo está bien. Padres, profesores y administración educativa nos hacemos los distraídos, miramos hacia otro lado confiados en que la llegada de la madurez hará que el niño entre en razón. “Es pasajero. Es cuestión de la edad, ¡ya cambiará!”- nos decimos. Y sin duda se producirá ese cambio, ¡seguro!, pero a peor. Otro “fijo” en la quiniela.

La cuestión es que utilizar las notas como único indicador del progreso de los alumnos es algo extremadamente peligroso. Porque este es un indicador que avisa tarde y mal. Y lo que es más peligroso es que trasladamos a nuestros alumnos e hijos la misma convicción: “Mientras la nota esté bien, todo está bien”. Lo importante es el resultado final no el proceso. La consecuencia más calamitosa de este planteamiento es que sacrificamos el deseo de aprender por la necesidad de aprobar.

Cada vez se incide más en un modelo basado en la verdad de las notas, de los resultados, de las evaluaciones, y si son externas mejor, más fiables (¿?). Sin embargo la solución no pasa por medir más, sino por medir mejor. La mejora educativa no pasa por continuar evaluando resultados, sino por empezar a medir procesos. Ya sabemos que el paciente está enfermo y tiene fiebre. Lo que no sabemos es qué la está provocando. Y, puestos en esta coyuntura, quizás lo más sensato sería empezar preguntándole al paciente dónde le duele. A lo mejor su respuesta nos sorprende.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

lunes, 20 de mayo de 2013

Y TÚ, ¿SABES DÓNDE TIENES EL CUERNO?


Con frecuencia suelen utilizarse animales para protagonizar historias o cuentos con un contenido moral o reflexivo. De hecho, esta es una de las características peculiares de las fábulas, como las escritas por Samadiego o Esopo. En estas narraciones los animales adquieren características propiamente humanas para, a través de ellos, ver representadas nuestras maneras de ser y proceder.  Tanto es así que si plantease la propuesta de buscar una cualidad representativa de cada animal, seguramente coincidiríamos con facilidad en muchas de ellas. Así, por ejemplo, el perro acostumbra a ser fiel, la liebre veloz, la zorra astuta, el león valiente, la hormiga trabajadora y la cigarra… vamos a dejarlo en “alegre”.

Otorgar cualidades humanas a los animales y hacerlos protagonizar breves fábulas es una herramienta de reflexión muy poderosa. Al utilizar la imagen del animal conseguimos la suficiente distancia para poder observar con comodidad el curso de los acontecimientos, al fin y al cabo, es tan solo un inocente cuento para niños. Sin embargo al acabar la historia y analizar su intención, descubrimos con facilidad que tras la hormiga, la tortuga o la zorra se esconden actitudes y comportamientos tan humanos como nuestros. Es el momento de abandonar la comodidad del niño que ha estado escuchando embobado, para “aplicarse el cuento” en carne propia y, reconocer en mí las conductas y actitudes descritas en la historia. Es el momento de descubrir, que tras la ingenuidad del relato se esconden algunos de mis miedos y mis defectos.  El cuento, la fábula, en última instancia es tan solo una invitación a la reflexión. Nuestra es la decisión final de aceptarla o no, de acudir o no a la fiesta. Pero, si no vas… tú te lo pierdes. 

Hace unos días descubrí una imagen que me provocó el mismo efecto que una fábula. Tras verla, inmediatamente sentí la invitación para ir más allá de la sonrisa, para buscar el mensaje cifrado y, lo que es aún más difícil, su reflexión en primera persona. La imagen en cuestión estaba protagonizada por un rinoceronte. No es muy común encontrar mensajes protagonizados por estos animales y, en todo caso, puestos a atribuirles alguna cualidad, esta estaría relacionada con su característica embestida, con su furia, con su precipitación, con esa particularidad tan humana de la impulsividad. No en vano su símbolo de identidad es el cuerno.

La viñeta del rinoceronte tenía esa doble lectura. Ese poderoso mecanismo de las fábulas por el que lo que insinúa es más importante que lo que muestra, de que vale más por lo que calla que por lo que dice. Esa invitación velada a no quedarse en la superficie, a ir más allá de la sonrisa que provoca lo ingenioso del dibujo, ese estimulo para la mente que es siempre el "atreverse a pensar" propio de la Ilustración.

El elemento central era el cuerno, ¡cómo no! Pero presentado de una forma inusual. Así, tras la inevitable sonrisa, acepte la invitación de sentirme protagonista de la imagen, de sentirme como el rinoceronte pintor. Y es que, todos llevamos de serie algún que otro apéndice que nos impide ver las cosas con claridad, que interfiere y distorsiona o que, simplemente, nos oculta una parte de la realidad. Con el tiempo nos ha ido creciendo ante nuestras narices, a unos más a otros menos, porque es nuestro, porque siempre ha estado ahí, porque nos hemos habituado a él, porque, con el tiempo, hasta nos hemos olvidado de él.

Y también hay momentos en los que estamos especialmente atentos a nuestro cuerno, en los que nos molesta especialmente, en los que nuestro primer impulso sería arrancarlo de raíz, cortarlo y deshacernos de él para siempre.

Pero no es fácil deshacerse de nuestros apéndices, ¿cómo nos los vamos a cortar, si forman parte de nosotros? Al fin y al cabo, sin su cuerno el rinoceronte dejaría de serlo. No todas las cosas que no nos gustan hay que tirarlas o cambiarlas, algunas simplemente hay que aceptarlas, algunas incluso quererlas. Lo que sí es bueno, lo que sí es saludable siempre, es al menos adquirir consciencia de que somos rinocerontes con cuernos, cada uno tiene el suyo, y cada cual podrá presumir o no de lo grande que lo tenga (esto es más propio de los hombres), pero lo importante es saber que con el cuerno puesto lo que vemos no es exactamente lo que hay. Que, como dicen los peneleros,  el mapa no es el territorio y, que antes de entrar al trapo y envestir, recuerda que lo que ves en el centro de tu lienzo es, sencillamente, el dibujo de tu propio cuerno.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

martes, 14 de mayo de 2013

APRENDIZAJE EMOCIONAL


Poco a poco la educación emocional va ganando terreno en las aulas y, cada vez con mayor frecuencia, sobre todo con los alumnos más pequeños, el tema emocional va ocupando el papel que le corresponde dentro de las programaciones escolares. Quizás esta haya sido la gran asignatura pendiente del sistema educativo y muchas generaciones aún andamos pagando la factura producida por estas carencias.

Aprender a reconocer y gestionar las emociones propias y reconocer las de los otros es un aprendizaje básico.  El desarrollo de la autoestima, la autoconfianza y la empatía hundirán sus raíces en este aprendizaje emocional y nos permitirán crecer vacunados contra los “pequeños disgustos” que, inevitablemente, nos traerá la vida, al tiempo que también nos posibilitaran disfrutar adecuadamente de los placeres que nos reserva. En definitiva una oportuna educación emocional nos permitirá tomar las riendas de nuestra vida, sentirnos satisfechos de nuestros logros y poder recuperarnos de nuestros errores.

Pero la trascendencia de las emociones en la educación va más lejos. El aprendizaje significativo necesita ser fijado a través de la emoción. Las emociones son el “pegamento” con el que afianzamos aquellos aprendizajes importantes que nos acompañarán toda la vida. Para que algo deje su impronta tendrá que despertar alguna emoción en nosotros. Lo que aprendamos con la mente lo recordaremos algún tiempo, pero lo que aprendamos con el corazón, no lo olvidaremos nunca. Como decía Confucio “Dímelo y lo olvidaré; enséñame y lo recordaré; implícame y aprenderé”.

Hace unos años emitían por televisión una genial campaña para concienciar a la población sobre el Alzheimer. En estos anuncios un “gancho” paraba a una persona por la calle y se comportaba como si fueran antiguos conocidos que hacía tiempo que no se veían. Tras unos segundos de desconcierto y confusión en la “victima”, que por mucho que se esforzaba era incapaz de recordarlo, se le entregaba una tarjeta en la que aparecía escrito “Así se siente una persona con alzheimer. Ayúdanos a vencerlo”. Las caras de estas personas tras leer el escrito hablaban por sí solas. Sin duda, en unos pocos segundos, su corazón acaba de grabar a fuego un aprendizaje que nunca olvidarán. La historia de hoy trata, precisamente de estos… aprendizajes emocionales.

Cuenta una antigua leyenda que tras su desastrosa derrota en Rusia, Napoleón se vio obligado a huir a toda prisa en retirada. Los soldados del ejército enemigo lo perseguían y no querían dejar pasar la oportunidad de acabar con su principal adversario en ese momento de debilidad. Se dice que en su huida, viéndose acorralado, tuvo que refugiarse en la casa de un viejo sastre judío. Cuando llegó allí, en medio de la noche, suplicó a sus habitantes que lo ocultaran de sus perseguidores.

El viejo judío, que no tenía la menor idea de quien era, se apiadó de él y decidió esconderle en un cesto en el que se amontonaban unas ropas viejas.

Apenas unos minutos después, se abrió la puerta y un grupo de soldados apareció preguntando por si alguien había buscado refugio en aquella casa. El judío negó con la cabeza e invitó a los soldados a registrar su casa. Los soldados buscaron precipitadamente en todas las habitaciones, incluso llegaron a clavar sus bayonetas en aquel cesto de ropa, pero finalmente, continuaron su búsqueda en otro lugar.

Cuando Napoleón creyó estar seguro abandonó su escondite y pálido como un fantasma se dirigió al judío para agradecer su ayuda: “Ahora puedo decirte quien soy – le dijo – y, puesto que me has salvado de una muerte segura, puedes pedirme tres cosas, que te las concederé.

Por un momento el viejo judío no supo que contestar, pues siempre había sido una persona de necesidades sencillas, pero tras pensarlo un tiempo dijo: “Hace dos años que tengo goteras en mi tejado. Estoy muy mayor para repararlas y si no hago algo pronto el tejado se derrumbará sobre mi cabeza. ¿Podrías conseguir que alguien lo arreglara?

Napoleón lo miró con gran sorpresa y le contestó: “Puesto que ese es tu primer deseo así se hará, pero ¿cómo es que pides cosas tan triviales? ¿Cómo no pides cosas más importantes? No olvides que solo te quedan dos cosas por pedirme.”

El judío pensó las palabras del emperador y buscó algo importante y necesario que le pudiera pedir. Tras unos minutos formuló la segunda de sus peticiones: “En esta misma calle hay una sastrería, es mi competencia y me quita los pocos clientes que aún confían en mis torpes manos. ¿Podrías arreglarlo para que él se mudara a otro pueblo?”

Desde luego este viejo está chiflado – pensó el emperador – Puede pedir cualquier cosa y está malgastando uno a uno sus deseos. “Bien se hará como dices. ¿Cuál es tu último deseo?” dijo Napoleón con cierta impaciencia.

Al escuchar que era su último deseo, el viejo realmente se concentró en buscar algo que realmente le mereciera la pena, cuando de pronto los ojos se le iluminaron y descubrió cuál iba a ser su última petición: “Quisiera saber... ¿cómo te sentiste cuando, al estar escondido en el cesto, los soldados agujerearon las ropas con sus bayonetas?”

Al escuchar sus palabras Napoleón enfureció. “Pero, ¿cómo se te ocurre preguntar tal desfachatez? Definitivamente tú no puedes ser más que un viejo loco que no merece vivir. Ordenaré inmediatamente que te fusilen.”

El pobre sastre lloró y suplicó el perdón del emperador, pero Napoleón parecía fuera de sí, y sus soldados ya habían atado al judío dispuestos a cumplir las órdenes. Sin duda aquellas extrañas peticiones habían ofendido gravemente al emperador francés.

Aquella misma madrugada, el sastre fue sacado de su celda y conducido ante un grupo de soldados armados con rifles. Le vendaron los ojos y lo ataron a un árbol. El capitán encargado de la ejecución emplazó a  sus hombres y empezó la fatídica cuenta: “Preparados, apunten,…” Iba a pronunciar la última palabra cuando un oficial que había permanecido atento a toda  la operación detuvo la ejecución.

Los soldados bajaron sus armas y el oficial se acercó al viejo. Mientras le quitaba la venda de los ojos le dijo: “El emperador te perdona y te manda esta carta.”

El viejo sastre tomó la carta con sus manos temblorosas y la abrió. La carta decía así: “He sentido exactamente lo que tú ahora. Tu tercer deseo se ha cumplido.”

Desde aquel día el sastre conservó como un tesoro aquella carta y… jamás, jamás olvidó lo que había aprendido.

¡FELIZ REFLEXIÓN!




lunes, 6 de mayo de 2013

PREGÚNTALE AL NIÑO


Dice un conocido refrán que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. Por eso si realmente estás interesado en conocer la verdad sobre algo que te preocupa o te inquieta, te aconsejo que le preguntes al niño. Pero para esto no te servirá cualquier niño, tienes que encontrar a uno en particular… uno que seguro que no te engañará. Eso sí, cuando lo tengas delante asegúrate que la pregunta que formules valga la pena.

¿Te consideras una persona feliz? ¿Exitosa? ¿Honesta? Si realmente estás interesado en conocer las respuestas a estas preguntas, te recomiendo que busques al niño y se lo preguntes. Seguro que su respuesta no te deja indiferente. Un cuento…

Hace mucho tiempo, en un país muy lejano, murió su rey sin dejar descendencia. Los sabios del reino decidieron entonces elegir a su nuevo monarca usando una antigua costumbre típica de aquellas tierras. Dejarían volar un pájaro que tenían enjaulado y nombrarían rey a la primera persona en la que el ave se posara.

El pájaro sobrevoló varias veces la ciudad antes de posarse en la cabeza del zapatero del pueblo. Este era una persona humilde que no había hecho otra cosa en su vida más que trabajar de sol a sol encerrado en su taller. Sin embargo, la decisión estaba tomada y era inapelable. Era lo que mandaba la tradición y sin más demora el zapatero fue trasladado a palacio, vestido con un delicado manto, alojado en palacio y proclamado rey. Esa misma noche todos sus ministros le hicieron la misma observación: -“Recordad que de ahora en adelante debéis comportaros como un rey, no como un zapatero

Lo primero que ordenó el nuevo rey fue que se habilitara una pequeña dependencia en lo alto del torreón y se dispusiera de ella para su uso personal, nadie excepto el rey podría tener llave de esta habitación y acceder a ella y, a nadie explicó el motivo de su decisión.

Todos los habitantes del palacio sabían que el rey, cada noche antes de acostarse, subía hasta lo más alto de la torre y pasaba un tiempo encerrado en aquella habitación. Pero nadie sabía que hacía allí. Por mucho que en algunas ocasiones habían escuchado atentamente al otro lado de la puerta, nadie en palacio conocía la razón de aquella extraña costumbre del nuevo rey.

Pasado el tiempo, la gente de palacio no pudo resistir más la curiosidad y algunos de sus ministros decidieron acudir ante el rey para preguntarle por qué subía cada noche hasta la torre y qué hacía allí. El rey decidió enseñarles la habitación y contarles el secreto que tanto les intrigaba. Mientras subían hacia la torre les confesó: -“Recuerdo que el día que fui nombrado rey todos me aconsejasteis que me comportara como tal, incluso mi ayuda de cámara quiso deshacerse de mis antiguas ropas y mis herramientas de zapatero. Pues bien- dijo mientras abría de par en par la puerta de aquella habitación privada- no solo no me deshice de ellas, sino que las conservo en esta habitación, y cada noche, subo hasta aquí para recordar quien fui y los años que pasé a la luz del candil remendando zapatos. Y ese recuerdo me ayuda a ser un rey más justo. Bien, ahora ya lo sabéis. Esto es lo que hago cada noche antes de acostarme.”

Y con estas palabras volvió a cerrar la puerta.

Si aun no has encontrado al niño al que debes formular tus preguntas te dejo un vídeo como segunda pista... ¡FELIZ REFLEXIÓN!




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