miércoles, 26 de junio de 2013

CUESTIÓN DE EXPECTATIVAS

Cuando era pequeño me gustaban las películas de indios y vaqueros. Recuerdo la típica escena en la que los confederados avanzaban a caballo en ordenada fila de a dos por el medio de las áridas llanuras, siempre con rocosas montañas que parecían hechas de cartón en el horizonte. De repente el general, situado a la cabeza de la fila junto al tipo de la corneta, levantaba la mano como un guardia de tráfico y con un sonoro grito detenía en seco al pelotón. El plano cambiaba y a lo lejos se veía llegar, en medio de una nube de polvo, un jinete solitario a galope tendido. Era el explorador que habían enviado como avanzadilla para inspeccionar el terreno.

Los exploradores eran tipos solitarios, un tanto huraños y de pocas palabras, pero excepcionalmente hábiles e intuitivos. Estos puestos eran generalmente ocupados por indios renegados, expertos conocedores del terreno y de las costumbre enemigas que, igual ponían el oído en el suelo y adivinaban la distancia exacta a la que se encontraba el peligro, como encontraban un rastro siguiendo el olor, como hacían señales de humo para alertar de una situación.

Las expectativas que todos conscientemente o no hacemos constantemente trabajan de manera similar a estos exploradores indios. En nuestro papel de comandante en jefe, las enviamos con órdenes precisas para que examinen el terreno. Cuando regresan, escuchamos atentamente su informe y, tras interpretar sus advertencias, decidimos si es mejor continuar por el camino y atravesar el desfiladero, confiando en que no hay riesgo de emboscada, o si es preferible montar campamento base y esperar al lado del río a que amanezca.

Decidimos en base a la información generada por nuestras expectativas. Pero la fiabilidad de esos datos depende de la familiaridad del explorador con el terreno, con la situación concreta. En ocasiones el rastreador se encuentra en un medio conocido e interpreta con destreza las señales y aporta una información valiosa, pero a veces, nuestro explorador se muestra torpe, dubitativo, confuso, fuera de lugar y entonces, obligado a regresar y emitir su informe,  las conjeturas y suposiciones ocupan el lugar de los datos. Y entonces nuestro ejército avanza sin remedio hacia tierras movedizas. En fin, al menos… murieron con las botas puestas (o no).

Un chiste sirve de ejemplo para la entrada de hoy.

Hoy he despedido a mi becario. ¿Que por qué lo he despedido? Veréis…

Era mi 37 cumpleaños, mi humor no estaba muy bien que digamos. Aquella mañana, al despertarme me dirigí a la cocina para tomar una taza de café, a la espera de que mi marido me dijese: - ¡Feliz cumpleaños, querida!

Pero él no me dio ni los buenos días…

Y me dije a mi misma: - ¿Es ese el hombre que yo me merezco?

Pero continúe imaginando: - Los niños seguro que se acordarán- Pero cuando llegaron a desayunar, no dijeron ni una palabra.

Así que salí de casa bastante desanimada, pero me sentí un poco mejor cuando al entrar en la oficina mi becario me dijo: -Buenos días Srª López. ¡Feliz cumpleaños!

Finalmente, alguien se había acordado…

Trabajamos hasta el medio día y entonces mi becario entró en mi despacho diciendo: - Sabe Srª López… hace un hermoso día y ya que es su cumpleaños, podríamos almorzar juntos, solos usted y yo.

Acepte y fuimos a un lugar bastante reservado. Nos divertimos mucho y, en el camino de vuelta, él propuso: - Con este día tan bonito, creo que no deberíamos volver a la oficina. Vamos a mi apartamento y tomemos allí una copa.

Fuimos entonces a su apartamento y, mientras yo saboreaba un Martini, él dijo: - Si no le importa voy un momento a mi cuarto a ponerme una ropa un poco más cómoda.

-Esta bien, como quieras- respondí.

Pasados cinco minutos, más o menos, él salió del cuarto con una tarta enorme, seguido por mi marido, mis hijos, mis amigos y todo el personal de la oficina. Todos cantaban “Cumpleaños Feliz,…!”

Y allí estaba yo, desnuda, sin sostén ni bragas, echada en el sofá del salón…

¡FELIZ REFLEXIÓN!



jueves, 20 de junio de 2013

AUTO-ESCUELAS

En cuanto los jóvenes rozan la mayoría de edad una de las primeras cosas que suelen hacer es apuntarse a la autoescuela. Están ansiosos por obtener el preciado permiso de conducir. La posesión del carné supone el pasaporte a un idealizado mundo de libertad y autonomía. Disponer de carné les permite conducirse por la vida, ser dueños de sus propios pasos, ya no dependen de nadie puesto que pueden llevarse solos. Pero, ¿Dónde se obtiene el carné para circular por la vida? ¿Dónde aprendemos a conducir el único vehículo que nos acompañará durante toda nuestra vida? ¿Dónde aprendemos a conducirnos? La respuesta más lógica debería ser en la auto-escuela, aunque creo que ese tipo de aprendizajes, aunque importantes, se dan por supuestos.

Sería interesante que existieran escuelas (auto-escuelas) en las que uno pudiera aprender sobre sí mismo. Aprender a conocerse, aprender a manejarse y, por supuesto, donde también aprendiéramos las normas básicas de circulación cuando salimos al camino y coincidimos con otros. Parte de este temario lo recogía la asignatura de ciudadanía, aunque nuevamente parece que en el país de las “lenguáticas” no queda tiempo para tonterías.

El temario podría incluir un módulo de mecánica básica, en el que se explicara cómo realizar el mantenimiento y puesta a punto del vehículo. Con ello se evitarían muchos de los sobresaltos que nos llevamos cuando se nos encienden las luces rojas y perdemos el control sobre nuestras acciones, llegando incluso al atropello en algunos casos. Bien es cierto que el arrepentimiento y el perdón funcionan como airbags protectores, pero no es conveniente abusar de ellos, pues está científicamente demostrado que su eficacia disminuye con el uso.

También es importante familiarizarse con todas las prestaciones que lleva nuestro vehículo de serie. Nos sorprendería el juego que podemos sacarle a nuestro equipamiento básico. Quizás si aprendiéramos a manejarlo bien no estaríamos tan obsesionados con incorporarle constantemente los últimos accesorios y actualizaciones. Al final con tanto tuning en algunos vehículos cuesta reconocer que marca y modelo son.

En las auto-escuelas nos enseñarían que nuestros vehículos no están hechos para correr, sino para disfrutar del camino. Nos explicarían que hay que ser cuidadosos con ellos, que nos tienen que durar toda la vida, que aunque podemos hacer reparaciones, estas son caras y dolorosas. Nos enseñarían que más importante que la chapa es el motor, que hay que llevar los cristales bien limpios para poder ver con claridad, también los espejos retrovisores, no para saber a quién dejamos atrás, sino para no olvidar de donde venimos. Y nos dirían que es importante que nuestro habitáculo sea confortable, sobre todo para que las personas que dejemos entrar se sientan cómodas y quieran acompañarnos en el viaje. Nos recomendarían que reserváramos algún sitio para colgar la foto del “nocorrasqueteespero”. Nos insistirían en que no viajamos solos y hay que señalizar con tiempo nuestros movimientos para avisar a los otros conductores. Y, por supuesto, nos recodarían las normas básicas en caso de accidente: la adecuada señalización y la obligación de auxilio de todos los conductores.

Ya puestos, podríamos instaurar hasta un sistema de ITV periódico, que nos revisará que todo funciona bien o nos aconsejara pequeños cambios. Ahora, de lo de colocarse la pegatina en la frente yo paso.


¡FELIZ REFLEXIÓN!

viernes, 14 de junio de 2013

LECCIONES DE COACHING DEL SR. MIYAGI

“Las respuestas solo han de importarte cuando la pregunta es la correcta” 
Sr. Miyagi.

El joven “Daniel Sam” llega a una nueva ciudad, nuevo barrio, nuevo instituto, nuevos amigos. Demasiadas novedades en poco tiempo. A veces uno lo intenta, pone lo mejor de sí mismo para adaptarse a los cambios, pero cuanto más lo intenta, peor se ponen las cosas. Como resultado al joven Daniel Larusso, protagonista de la película Karate kid, se le acumulan hematomas y rasguños, heridas físicas, pero también emocionales. No todas las situaciones de la vida se solucionan a base de buena actitud y predisposición, máxime cuando uno es un joven impulsivo y orgulloso. Cuando no obtenemos el resultado esperado parece que sólo quede la opción de la insistencia: Levántate una vez más de las que caigas. Daniel le insiste a su madre: “Tú no lo entiendes (las madres nunca lo entienden) Necesito aprender Karate. Necesito defenderme”.

Como cualquier joven, Daniel busca encontrar su espacio, pero el mundo no es ese sitio amable y hospitalario que él pensaba. Los recién llegados no son bien recibidos, máxime si pretendes conquistar a la princesa del lugar. El príncipe destronado y el resto de la manada embisten con saña. Daniel comete el error de aceptar el juego de la provocación y la venganza, una espiral en la que tiene todas las de perder.

El maestro aparece cuando el alumno está preparado y, cuando la situación está a punto de írsele de las manos a Daniel, en forma de nueva paliza, aparece el anciano oriental. Daniel observa los certeros movimientos y golpes del Sr. Miyagi mientras lo defiende y, antes de desmayarse lo tiene claro: quiere aprender. El maestro acepta enseñarle, pero antes deberá encontrar el sentido, la razón, el para qué de su aprendizaje: Aprender sin reflexionar es malgastar la energía.

Los cimientos del proceso formativo, del proceso de coaching, están puestos: Voluntad, motivación y confianza por parte del joven Daniel; visión, habilidades, disciplina y tempo por parte del maestro. En el momento en que ambos sintonicen en su para qué, en su objetivo, el proceso dará sus frutos.

El aprendiz no acaba de entender la finalidad del esfuerzo, aún carece de la visión: Pintar, lijar, “darcera-pulircera”,… pero la confianza en el maestro vence las reticencias. La alianza terapéutica, la relación de complicidad entre alumno y maestro, es fundamental en el proceso de crecimiento. A su debido tiempo el alumno descubrirá el valor de lo aprendido. Cualquier aprendizaje nos brinda la oportunidad de mejorar como personas, de conocernos mejor,… el aprendizaje es siempre un despertar de recursos dormidos.

El momento mágico es precisamente ese despertar de la consciencia, ese “click”, esa especie de revelación repentina que enciende la luz y aparta la cortina y descubre el “sé que sé”. Es el momento de recoger el fruto del esfuerzo, la constancia y la dedicación. La batalla más dura es la que se libra en el interior. Cuando aprendo descubro que la mitad de lo aprendido estaba en mí.

Nunca pensé que llegaría hasta aquí” reconoce Daniel a su maestro a las puertas de las semifinales del campeonato estatal. “Ya somos dos” le contesta el Sr. Miyagi. En esto consiste la magia, en superar todas las expectativas.

¡FELIZ REFLEXIÓN!


martes, 11 de junio de 2013

A OSCURAS PARA VERNOS MEJOR.

Hace unas semanas circulaba por las redes un mensaje en forma de chiste. La escena representaba un velatorio en el que apenas había cuatro o cinco personas presentes. Las dos del fondo están conversando y una le dice a la otra: “Pensé que habría más gente aquí. Tenía más de dos mil amigos en Facebook”.

Esta escena muestra la paradoja de las redes sociales, de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, que en muchos casos ni comunican ni informan. Hoy tenemos la posibilidad de comunicarnos en tiempo real con cualquier persona del planeta, esté donde esté. Gracias a la tecnología han desaparecido las distancias. Las palabras que escribo en este blog pueden ser potencialmente leídas por millones de personas. Toda la información y todas las personas se nos presentan al alcance de la mano, al alcance de un solo click. Pero, ¿Estamos preparados para ello? ¿Somos conscientes del precio que pagamos por esta avalancha de información y oportunidades?

Los cambios se han producido de manera tan vertiginosa que apenas nos han dejado tiempo para acomodarnos a ellos. La tecnología ha cambiado en pocos años nuestra manera de comunicarnos, de relacionarnos, e incluso el vocabulario que utilizamos. La tecnología ha irrumpido con fuerza en nuestras vidas transformando el paisaje: nuestras casas, aulas, hospitales, empresas, medios de transporte, teléfonos, ascensores,… han cambiado su diseño para incorporar pantallas que nos ofrezcan información y posibilidades de comunicación a cada instante. Somos seres sociales enfrentados a la posibilidad de la comunicación infinita.

Hay autores que están empezando a plantear como Internet y el uso que hacemos de los buscadores, están incluso modificando nuestra mente, modificando nuestra manera de pensar y recordar. Nicholas Carr en su libro “¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?” defiende que estas nuevas prácticas informativas nos vuelven más superficiales y disminuyen nuestra capacidad de concentración. Sus opiniones presentan un escenario inquietante, en el que se sugiere que no somos todo lo conscientes que deberíamos de la factura que tendremos que pagar por zambullirnos en la era de la sobreinformación.

El mundo parece evolucionar siguiendo la vieja regla de que más es mejor. La abundancia es siempre preferible a la escasez, y esta regla se aplica de manera universal en cualquier circunstancia. Pero más es una variable que mide cantidad no calidad. Y a veces, paradojas de la vida, menos es más.

Sé que son muchas las voces que abogan por un futuro tecnológico, por una revolución en la educación fundamentada en las TIC, ansiosas por quemar los libros de texto en una hoguera en el patio (esta imagen me recuerda al Quijote), por apostar por una educación repleta de pantallas, lucecitas de colores y voces en off,… Pero más no es siempre mejor. Como he defendido en otras ocasiones creo que no son las herramientas las que provocan los cambios, sino las personas que las usan (para bien o para mal)

La reflexión de hoy es un tanto compleja y sé que está cargada de aristas, por eso, antes de perderme en un laberinto de palabras e interpretaciones, os quiero proponer uno de mis cortos preferidos para trabajar en clase y que ha motivado la entrada de hoy. “Desconocidos” de David del Águila plantea una situación cotidiana y familiar con inquietante reflexión incorporada. 

A veces hay que quedarse a oscuras para que se encienda la luz. ¡FELIZ REFLEXIÓN!

martes, 4 de junio de 2013

SE ADMITEN INTERPRETACIONES.


Una chica en París se disponía a ir de compras, pero se le olvidó el abrigo…

Últimamente abundan los libros de autoayuda basados en el supuesto de que podemos conseguir cualquier cosa que nos propongamos si somos capaces de desearlo con la fuerza suficiente, si somos capaces de enfocarnos adecuadamente en nuestro objetivo. Somos dueños de nuestro destino. Usted puede conseguir cualquier cosa que se proponga, sus sueños al alcance de la mano por sólo 19,95. Y compramos.

Compramos porque queremos creer que el mundo es ese sitio amable, justo y repleto de oportunidades que describen las páginas del libro. Necesitamos creer en la existencia de esa especie de “ley del karma” que recompensará, más pronto o más tarde, todos mis esfuerzos y buenas acciones. Nos negamos a vivir en un mundo caótico y descontrolado en el que seamos simples piezas en manos del destino. Y sin embargo, con demasiada frecuencia, la realidad que observamos a diario siembra la duda. Y volvemos a comprar. Nos inyectamos una nueva dosis de optimismo a 9,90 (esta vez en edición de bolsillo). Portada diferente, contenido parecido.

Arrancaba el post con la frase con la que empieza la inquietante escena del taxi de la película Benjamin Button. Toda una serie de circunstancias que desembocan en el atropello de la protagonista. Si solo una de esa decena de “anómalas” circunstancias no se hubiera producido, Daisy no habría acabado su carrera de bailarina profesional en la cama de un hospital parisino. Cualquiera de esas circunstancias le era ajena, no dependían ni de su actitud ni de la fuerza de su deseo. A veces, el mundo se convierte en el enemigo que confabula en mi contra: ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Quizás el karma tenga la respuesta.

La suerte, la casualidad,… el destino tal vez entran en escena. La vida no es matemática aplicada, a menudo la ciencia de la causalidad hace aguas. Las cosas suceden, algunas porque las provocó, pero otras muchas ocurren al margen de nuestra influencia y nos afectan tremendamente. ¿Es por ello el mundo un lugar injusto? ¿Es inútil el esfuerzo, la dedicación y la constancia, puesto que el resultado siempre estará en última instancia en manos de la fortuna?

Hay un cuento que tal vez arroje algo de luz sobre estas cuestiones.

Cuenta la leyenda que hace muchos años vivía en una aldea de China un labrador con su hijo. El labrador era una persona humilde y aparte de la tierra que cultivaba y la casa que los cobijaba, su única propiedad era un caballo que le ayudaba en su duro trabajo.

Un día el campesino olvidó cerrar la puerta del corral y el caballo escapó. Todos los vecinos acudieron a la casa para decirle al campesino lo mucho que lamentaban aquella pérdida. Él les agradeció su visita pero les preguntó:

-¿Cómo podéis saber que lo ocurrido es una desgracia?

Los vecinos quedaron sorprendidos al observar la reacción del campesino pues, a todas luces resultaba evidente que aquello era un duro revés en el quehacer del campesino.

Sin embargo, una semana después el caballo retorno al establo y, ante la sorpresa de todos, no volvió solo, sino que una hermosa yegua lo acompañaba. Al conocer la noticia, todos los habitantes de la aldea acudieron a felicitar al campesino por su suerte.

-Muchas gracias por vuestra visita y por vuestras felicitaciones- dijo el labrador – pero, ¿cómo podéis saber que lo ocurrido ha sido una suerte para mí?

Nuevamente desconcertados por la reacción del hombre, los vecinos regresaron a sus casas sin saber que contestar.

Pasado un tiempo, el hijo del campesino decidió domesticar a la yegua. Mientras estaba en ello, el animal realizó un movimiento brusco y el muchacho cayó al suelo rompiéndose una pierna.

Los vecinos acudieron nuevamente a la casa del labrador llevando algunos presentes para el joven herido. Todos se mostraron tristes ante lo sucedido y compadecían al campesino por tan mala fortuna.

Pero nuevamente la reacción del campesino dejó a todos estupefactos. ¿Cómo podéis saber si lo ocurrido ha sido realmente una desgracia?

Esta respuesta indignó por completo a los vecinos, quienes ya no dudaban en que aquel hombre había perdido por completo el juicio. “¿Cómo podía preguntar tal cosa cuando su único hijo corría el riesgo de quedar cojo para siempre?”

Transcurrieron algunos meses y Japón declaró la guerra a China. Los emisarios del emperador recorrieron entonces todo el país en busca de jóvenes saludables para reclutarlos y enviarlos al frente. Al llegar a la aldea, todos los jóvenes fueron alistados, a excepción del hijo del labrador, pues su pronunciada cojera lo inhabilitaba para la batalla.

Pasó el tiempo y fueron muchos los jóvenes que no regresaron con vida a la aldea. Sin embargo, el hijo del campesino se recuperó de su herida. Los dos caballos tuvieron crías y estas fueron vendidas con gran beneficio. El labrador pasó por casa de sus vecinos para consolarlos y estos escucharon sus palabras, no como las de un viejo loco, sino como las de alguien sabio.

(* Adaptado de un cuento sufí de Paulo Coelho)

Es innegable que muchas de las cosas que nos suceden y nos afectan están fuera de nuestra área de influencia, por mucho que otros se empeñen en escribir lo contrario y vendan millones de libros. Aunque ello no nos convierte necesariamente en víctimas de las circunstancias, puesto que como afirmaba Víctor Frankl en su "hombre en busca de sentido", siempre somos libres de elegir la actitud que adoptamos ante las circunstancias. Los acontecimientos suceden de forma inexorable, pero esto, lejos de convertirnos en esclavos, nos ofrece la posibilidad de elegir cómo interpretarlo y qué hacer con ellos. Como dijo Huxley “la experiencia no es lo que le sucede, sino lo que usted hace con lo que le sucede”. 

Por cierto, el accidente de Daisy que acabó con su carrera, también provocó la inesperada visita del atractivo Button, quien flores en mano no dudó de recorrer medio mundo para presentarse a los pies de su cama. Pero esto ya es otra historia…




¡FELIZ REFLEXIÓN!


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