miércoles, 10 de julio de 2013

LOS RIESGOS DE BUSCAR LA SUERTE

Había una vez un hombre que no tenía suerte. Tan cansado estaba de arrastrar su mala fortuna que un día decidió salir en busca del mismísimo Dios para preguntarle el motivo de su mala fortuna. Caminó y caminó durante varios días hasta que finalmente llegó hasta la orilla de un río. Allí, tumbado junto a sus aguas, vio a un lobo que se encontraba extremadamente delgado y sin fuerzas. Cuando el lobo vio acercarse al hombre le preguntó:

-Hombre, ¿a dónde vas?

-Voy en busca de Dios para preguntarle el motivo de mi mala suerte- contestó el hombre.

-Hombre- dijo el lobo- si encuentras a Dios, ¿puedes preguntarle por qué estoy tan débil y delgado y qué puedo hacer para remediarlo?

-Sí, si encuentro a Dios se lo preguntaré, no te preocupes- contestó el hombre y siguió caminando.

Caminó y caminó hasta llegar junto a un inmenso árbol que había perdido todas sus hojas. Cuando el hombre pasó junto al árbol este le dijo:

-Hombre, ¿a dónde vas?

-Bueno… voy a buscar a Dios para preguntarle el motivo de mi mala suerte.

-Ah por favor, si encontrarás a Dios, ¿podrías preguntarle por qué estoy tan enfermo y qué puedo hacer?- dijo el árbol con voz cansada.

-Pierde cuidado, si lo encuentro se lo preguntaré.

El hombre reemprendió su camino hasta que, ya anocheciendo llegó a una preciosa casa rodeada de un cuidado jardín. De la casa salió una bellísima mujer que se dirigió al caminante:

-Hombre- dijo suspirando- ¿a dónde vas?

El hombre volvió a repetir su respuesta: -Voy a buscar a Dios para preguntar por qué no tengo suerte.

-Vaya, si fueras tan amable, podrías preguntarle por qué estoy tan triste y sola y qué puedo hacer- pidió la mujer.

-Por supuesto- contestó el hombre- cuando lo encuentre se lo preguntaré.

El hombre siguió su camino durante varios días hasta que finalmente, al dar la vuelta a una esquina, tropezó de frente con el mismísimo Dios.

-¡Ay!- dijo el hombre- ¡Por fin os encuentro! Mirad señor, he venido a buscaros porque quiero saber por qué no tengo suerte.

-Te aseguro que tienes mucha suerte- le contestó Dios- y qué además tu suerte está ahí fuera, esperándote. Sólo tienes que estar atento, buscarla y la encontrarás.

- ¿De verdad?- preguntó incrédulo el hombre- ¿De verdad que voy a tener suerte?

-Te doy mi palabra de que lo que acabo de decirte es cierto- contestó Dios un tanto ofendido por las dudas.

El hombre se puso tan contento que salió sin despedirse a encontrarse con su nueva suerte cuando, de repente, recordó las preguntas del lobo, del árbol y de la bella mujer y volvió sobre sus pasos para preguntar a Dios. Dios le escuchó y le dio una respuesta para cada uno. El hombre tras agradecerle su atención, se despidió y salió corriendo en busca de su fortuna.

Según desandaba el camino el hombre se esforzó por estar atento para poder encontrar su suerte. Enseguida llegó hasta la preciosa casa del jardín donde la bella mujer le esperaba en la entrada. Iba vestida con un escotado vestido que realzaba, aún más, su enorme belleza.

-Hombre, ¿encontraste finalmente a Dios?, ¿pudiste hablar con él?

-¡Oh sí!- dijo el hombre con entusiasmo- encontré a Dios y me dijo que mi suerte está por aquí, que sólo tengo que estar atento y encontrarla.

- Hombre, ¿le preguntaste a Dios por qué estoy tan sola y triste y qué puedo hacer?

-¡Ah sí! Dios me dijo que estás sola y triste porque vives aquí sola, pero que si consigues un amante… ya nunca más estarás sola y triste.

La mujer dejó caer sutilmente el tirante de su vestido y susurró con pasión al oído del hombre:

-Hombre, quédate a vivir conmigo en esta preciosa casa. Disfruta de mi joven y hermoso cuerpo. ¡Sé tú mi amante!

El hombre quedó boquiabierto ante tal proposición, incluso le temblaban las rodillas, pero entonces le contestó:

-¡Me encantaría! En realidad eres la mujer más hermosa que he visto jamás, la amante que siempre soñé pero, no puedo detenerme ahora. ¿Estoy buscando mi suerte! Está aquí, cerca, en algún lugar, Dios me lo ha prometido. Lo siento, pero tengo que encontrarla.

Y el hombre continuó su viaje pensando que si encontraba pronto su suerte volvería para convertirse en el amante de aquella preciosa mujer. Al poco tiempo llegó junto al viejo árbol.

-Hombre, ¿encontraste a Dios?

-Sí, lo encontré y, ¿sabes una cosa? ¡Mi suerte está por aquí, sólo tengo que buscarla y encontrarla!

-¡Oh, cuánto me alegro! – contestó el árbol. ¿Le preguntaste a Dios por qué estoy tan enfermo?

-Sí, también se lo pregunté. Dios me dijo que estabas tan enfermo porque enterrado entre tus raíces hay un inmenso cofre con un tesoro y si encuentras a alguien que lo desentierre tus hojas volverán a brotar con fuerza.

-Hombre, por favor, coge tú el tesoro.

-¡Oh árbol cuánto me gustaría poder ayudarte! Pero no puedo detenerme, ¿entiendes? Estoy buscando mi suerte, sé que está por aquí cerca. Tengo que ir a buscarla.

El árbol, desesperado, insistió: - Mira, tienes una pala ahí al lado. Sólo te llevará unos pocos minutos. ¡Por favor, sácame el tesoro enterrado!

-Lo siento mucho árbol, tengo que seguir con mi búsqueda, pero no te preocupes, seguro que pronto pasará alguien que te quiera ayudar- y el hombre siguió su camino.

Llegó hasta el río donde encontró al lobo aún más débil y delgado que antes.

-Hombre, hombre… ¿encontraste a Dios?

- ¡Oh sí lo encontré! ¿Y sabes una cosa? Mi suerte está por aquí, sólo tengo que ir a buscarla y encontrarla.

-Hombre – susurro el hombre con sus pocas fuerzas- ¿le preguntaste a Dios por qué estoy tan débil y delgado y qué puedo hacer?

-¡Oh claro!- dijo el hombre servicial- Dios me dijo que si te comes al primer tonto que pase por aquí recuperarás tus fuerzas y ya nunca más estará débil y delgado.

El lobo lo miró, reunió las últimas fuerzas que le quedaban y, de un enorme salto se abalanzó sobre el hombre y lo devoró.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

miércoles, 3 de julio de 2013

SABER LLEGAR, SABER IRSE.

Hay algo que debéis entender de mi forma de trabajar. Cuando me necesitáis y no me queréis, debo quedarme. Cuando me queréis, pero ya no me necesitáis debo irme… Es un poco triste, pero es así”.



La cita define, desde mi punto de vista, una metodología de actuación válida, aplicable tanto para terapeutas como educadores o padres. Todo proceso tiene un principio y un fin y es la necesidad la que lo determina, no el cariño ni las buenas intenciones. Saber determinar cuando alguien necesita ayuda y cuando es capaz de hacer las cosas por sí mismo es un aprendizaje importante para padres, profesores y terapeutas. Tan importante es saber cuando intervenir, como reconocer cuando es el momento de dejar de hacerlo. De lo contrario estaremos sustituyendo el aprendizaje por la dependencia.

La frase está tomada de la película “La niñera mágica” protagonizada por Emma Thomson, quien además se encargó de escribir la adaptación basándose en una popular colección de libros infantiles. La película cuenta la historia de una peculiar niñera encargada de poner en vereda a siete pequeños salvajes, especialistas en deshacerse de sus cuidadoras, que tras el fallecimiento de su madre se encuentran al cuidado (casi descuidado) de su ocupado padre.

Tras varios intentos frustrados por encontrar niñera (17 exactamente) el Sr. Brown se encuentra con las puertas de la agencia de contratación cerradas. Ya no quedan más candidatas para sus hijos. Sin embargo esa noche aparece ante su puerta la señorita McPhee, una mujer de aspecto grotesco que se ofrece a hacerse cargo del trabajo. “No me ha buscado, pero me necesita” es su inquietante carta de presentación.

La Señorita McPhee se propone como objetivo que los niños aprendan 5 lecciones, tras lo cual su trabajo habrá finalizado. La mayoría de estas lecciones están basadas en la obediencia, los niños deben aprender a hacer lo que se les dice, aunque también deben aprender a escuchar. Con todo, como dice la niñera, al final lo que cada cual aprenda dependerá de sí mismo. Aunque la lección sea la misma, lo aprendido siempre es distinto, siempre es particular.

En realidad el proceso educativo o de cambio planteado por la señorita McPhee recoge las tres fases características de un proceso de coaching: Consciencia, ya que los niños deben darse cuenta de su complicada situación económica y entender las difíciles decisiones a las que el padre tiene que enfrentarse para intentar mantener a su familia unida; Responsabilidad, ya que a pesar de las mágicas intervenciones de la señorita McPhee, los niños deben asumir las consecuencias de sus decisiones y actos; y Acción, puesto que la solución definitiva pasa por que los niños ideen y pongan en marcha su propio plan de acción.

Durante todo el proceso, conforme los niños van aprendiendo, el aspecto físico de la señorita McPhee va cambiando: le desaparecen las verrugas y el diente prominente, se suaviza la abultada nariz y su rostro y aspecto van rejuveneciendo. Paralelamente los niños van evolucionando del rechazo a la aceptación y de esta, al cariño hacia su niñera. El cambio físico de la niñera representa el avance de este proceso. El paso de las ordenes, las normas y la tutela continua (la cara más odiosa, aunque necesaria, del proceso educador) a la observación distante y la mirada complice (sin duda la parte más gratificante). Pero ambas deben darse, y además en ese mismo orden. Saber gestionar ese cambio es lo que define a los grandes educadores.

Como acostumbra a decir el profesor Santos Guerra “Los educadores forman a sus educandos como los océanos forman a los continentes, retirándose”. La cuestión es saber iniciar la retirada a tiempo. Para ello mejor dejarse guiar por la necesidad que por el cariño. Es triste, pero es así.

¡FELIZ REFLEXIÓN!


ENTRADAS RELACIONADAS:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...