A veces uno no sabe qué es más complicado: si salvar al mundo
de su segura destrucción o hacerse cargo de la educación de unos pequeños. Sino
que se lo pregunten a Gru, el protagonista de la película “Mi villano favorito”.
Aunque tal vez no haya muchas diferencias entre ambos desafíos… ¿no creen?
Educar a tres pequeñas se convierte en el reto más difícil al
que Gru ha tenido que enfrentarse nunca. Frente a ello, robar la luna o desbaratar
los planes de un peligroso villano son simples juegos de niños. Sin embargo,
nada le resulta más enriquecedor y transformador como encargarse de las
pequeñas Margo, Edith y Agnes. Las niñas acaban convirtiendose en maestras del
villano. Su inocencia y sencillez lo transforman.
En una escena de la película (Mi villano favorito 2) Gru está
sentado en la escalera a la puerta de su casa. Llueve a mares y está
completamente empapado, pero parece no importarle. Lucy, su compañera de
investigación, acaba de decirle que ha aceptado una oferta para irse a la
mañana siguiente a trabajar al extranjero. Nunca más volverá a verla. Esa
despedida sirve para despertar la consciencia de Gru con respecto a sus
verdaderos sentimientos hacia ella: la quiere y está a punto de perderla. Se
encuentra atrapado, confundido, se debate entre buscarla y sincerarse con ella
o acallar sus sentimientos y dejarla marchar. La lluvia cae con fuerza, pero
poco importa, Gru está junto a sus pensamientos a kilómetros de distancia.
En ese momento aparece la pequeña Agnes agarrada a su
unicornio de peluche. Se acerca y le pregunta qué le pasa. El villano regresa
de su mundo de preocupaciones y explica lo que le sucede a la niña. En ese
instante la pequeña, con su dulce vocecita, le pregunta: ¿Hay alguna cosa que
yo pueda hacer? - No cariño - contesta Gru sonriendo, conmovido por el
ofrecimiento.
Cuando parece que la conversación ha terminado, la pequeña
Agnes insiste de nuevo con su mismo tono ingenuo: Y, ¿hay alguna cosa que tú
puedas hacer? La pregunta lo descoloca. La pregunta despierta su
responsabilidad. Depende de él luchar por lo que quiere y, está a tiempo de
intentarlo. Es el momento de la acción.
Creo que esta escena retrata con claridad el proceso de
coaching educativo. El cambio, el aprendizaje, nace de la consciencia, de la
necesidad, nace del interior del alumno. No se puede imponer ni forzar el
aprendizaje, al menos el duradero. Es el alumno, como protagonista de su
aprendizaje, quien debe dotar de significado aquello que está aprendiendo. Sin
ese despertar de la consciencia y la responsabilidad que consigue Agnes con un
par de preguntas, no puede darse aprendizaje ni cambio.
En esta escena, las preguntas de Agnes son como las piedras
que al golpearlas producen la chispa que prende en el desánimo de Gru. Atrapado
en su desconcierto, necesita de ese estímulo para ponerse en movimiento. Necesita
que alguien lo rescate del mundo de excusas y lamentaciones en el que
seguramente se está sumergiendo.
Así, la principal función de los maestros no es explicar y
mostrar los contenidos, sino despertar ese fuego, esa necesidad en sus alumnos.
La cuestión transcendental no es el qué, sino el para qué. Los niños son
innatamente curiosos, vienen de serie programados para aprender, no en vano de
ello depende su supervivencia en los primeros años. Si somos capaces de canalizar
esta curiosidad, su capacidad de asombro como dice Catherine L’Ecuyer, podremos
concederles el papel protagonista, el de creadores de su proceso de
aprendizaje.
No se trata de ofrecer todas las respuestas (¿acaso las
tenemos?), sino de plantear las
preguntas adecuadas. Así visto, el maestro no es alguien que resuelve dudas,
sino alguien que las genera y aviva. Maestro no es quien indica el camino,
sino quien invita a explorar uno nuevo.
¡FELIZ REFLEXIÓN!