martes, 19 de noviembre de 2013

LA INERCIA DEL “EFECTO MATEO”

“Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; más al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”

Esta es una conocida cita bíblica que, aunque se le atribuye a Mateo, también fue recogida por otros evangelistas. De hecho esta cita aparece hasta en cinco ocasiones en el Nuevo Testamento. Aparentemente la cita se encuentra bastante alejada de los supuestos de igualdad de oportunidades y justicia social aunque, mal que nos pese, retrata con bastante fidelidad un efecto que suele darse con frecuencia en nuestras aulas.

La cita aparece en la biblia como conclusión a la llamada “parábola de los talentos”, en la que se cuenta como un hombre que debía salir con urgencia al extranjero repartió de manera desigual su dinero entre sus siervos (dando a cada cual según su capacidad, matiza el texto). De esta forma al primero le entregó cinco talentos, a otro dos y al último solo uno. Aquellos a los que dio más decidieron negociar con el dinero consiguiendo doblar sus cantidades, sin embargo, al que entregó solo uno, tuvo miedo de perderlo y decidió enterrarlo y esperar la vuelta del patrón. A su regreso los tres fueron a recibirle y le mostraron el dinero prestado más los intereses ganados. Al llegar el turno del último, el señor  enfurecido le recriminó su actitud y sentenció quitarle su única moneda para entregársela a aquel que tenía más. Y es aquí donde, a modo de conclusión, aparece la conocida sentencia.

En el campo educativo nos encontramos con alumnos que disponen de más o menos talentos (en este caso referidos a capacidades). Y aunque cada cual decide invertirlos de manera diferente suele darse la pauta común que, aquellos que más “talentos” tienen suelen aprovecharlos para hacerlos crecer, mientras los que menos tienen suelen mostrarse más precavidos, más conservadores, y no suele ser infrecuente, que acaben incluso perdiendo lo poco que tenían. Este efecto, aplicado en concreto al proceso de aprendizaje de la lectura, se le denominó en psicología como Efecto de san Mateo, que consistiría en la traslación a la práctica educativa del consabido “dinero llama a dinero”.

Aquellos alumnos con facilidad para aprender y que experimentan éxitos tempranos suelen convertirse en buenos estudiantes, buenos negociantes según la parábola, que van doblando su capital inicial, mientras que, aquellos que fruto de sus escasos talentos fracasan en la adquisición de la lectura (sería aplicable a cualquier aprendizaje instrumental), suelen iniciar una espiral descendente que les lleva a acumular decepciones en varias parcelas. Llegado el momento de la evaluación, el regreso a casa del patrón, los comentarios a pie de boletín se encargan de parafrasear la bíblica cita: “Al que tiene…”

Es por ello que la Educación debe atender a este efecto e intentar compensar su incidencia, ejercer una función correctora destinando, por ejemplo, más recursos a aquellos que más lo necesitan. Y además, este “reparto extra de talentos” debe producirse en edades tempranas, evitando así que el miedo paralice a estos alumnos y les dé por “enterrar” su único talento con tal de no perderlo. Facilitar y reforzar experiencias de éxito tempranas estimulará a los alumnos menos talentosos a abandonar esta zona de inseguridad y los animará a poner en juego sus escasos recursos para poder, como el resto de sus compañeros, disfrutar del hecho de poner su talento a producir. Con ello estaremos invirtiendo la inercia del pernicioso efecto Mateo y siendo más justos con los alumnos y... sus talentos.


¡FELIZ REFLEXIÓN!

miércoles, 13 de noviembre de 2013

UN CUENTO PARA DESPERTAR A LOS PADRES

Solemos asociar los cuentos con fantásticas historias que contamos a nuestros hijos a la hora de acostarlos, y que esperamos les abran la puerta a un mundo de fantasía y sueños. Así a través de estas, aparentemente insignificantes historias, conseguimos crear momentos mágicos de complicidad y cercanía con nuestros pequeños. Sin embargo existen otros cuentos, otras historias, que más allá de abrirnos las puertas de los sueños nos despiertan a la vida, nos sacuden la consciencia y nos invitan a mirarnos por dentro.

Estos cuentos para despertar, que suelo utilizar a menudo en el blog, son una invitación a detenerse en el camino, a pensar sobre lo que somos y hacemos y lo que creemos ser. Una llamada a la necesaria reflexión que nos permite madurar, crecer interiormente y sentir más coherencia entre nuestros valores, pensamientos y acciones. Esta reflexión se hace más imprescindible si cabe cuando hablamos de educación. La transcendental influencia que como educadores ejercemos sobre nuestros alumnos o hijos nos obliga a comprometernos en ese proceso de mejora constante.

Recientemente publiqué un cuento para despertar a los profesores, adaptando una historia de Elizabeth Silance Ballard, que rápidamente se convirtió en la entrada más visitada del blog. Hace algunos meses ya había publicado un cuento para despertar a los alumnos y, como la serie estaba incompleta, hoy el cuento lo dedico a la tercera pata de la mesa educativa: los padres. El cuento dice así…

Un joven matrimonio entró en uno de las mejores tiendas de juguetes de la ciudad. Los dos estaban entretenidos mirando, sin prisas, todos los juegos y juguetes apilados en las estanterías. Había muñecas que lloraban y reían, juegos electrónicos, construcciones, peluches gigantes, instrumentos musicales… pero no acababan de decidirse. Al acercarse la dependienta, la esposa le preguntó:

-Perdone señorita, tenemos una niña pequeña, pero estamos casi todo el día fuera de casa y, a veces incluso hasta de noche.

-Es una cría que apenas sonríe – añade el marido.

-Quisiéramos comprarle algo que la hiciera feliz – añade la esposa – algo que le diera alegría aun cuando no podamos estar más tiempo con ella.

-Lo siento- sonrió la dependienta- pero aquí no vendemos padres.

*IMAGEN: Escultura de la familia de Manuel García Linares. Gijón.

¡FELIZ REFLEXIÓN!


miércoles, 6 de noviembre de 2013

EDUCAR DESDE EL INTERIOR

Durante décadas los psicólogos se han visto enzarzados en una contumaz controversia entre el peso de la herencia y el ambiente en la conducta. Así, ambientalistas e innatistas, han defendido obstinadamente posturas antagónicas. Los psicólogos conductistas defendieron hasta el extremo la importancia de los factores ambientales, llegando al extremo de asegurar que a través del entrenamiento adecuado se podía obtener cualquier resultado deseado (sólo cabe recordar la famosa afirmación de Watson), prescindiendo de variables como el talento o la vocación.  Desde este punto de vista, la aplicación de las técnicas de modificación de conducta al sistema educativo (premios/castigos) permitía diseñar un patrón ideal de comportamiento al que todos los alumnos, con pequeñas variaciones, podrían ajustarse. Este sistema educativo, basado en el exhaustivo diseño y control de todos los elementos del curriculum, incluyendo por supuesto el metodológico, permite asignar a la educación la capacidad creadora propia del profesor Frankenstein.  La “educación productora” se desarrolló al amparo de la revolución industrial posibilitando cubrir el suministro de trabajadores medianamente cualificados a las empresas.  Si bien también es cierto que esta demanda posibilitó el nacimiento de sistemas educativos universales, dirigidos a la totalidad de la población.

Por contra, los innatistas defendían el determinismo genético, asegurando que de la misma manera que nuestra herencia determina nuestra altura o color de ojos, condiciona igualmente nuestra inteligencia o sociabilidad. Llevadas al extremo, estas teorías llegaron a demostrar la supremacía intelectual de unas razas sobre otras, defendiendo por tanto, la inutilidad de determinadas inversiones en colectivos “infradotados” genéticamente. Estos presupuestos aplicados a la educación servirían para defender propuestas basadas en la segregación y la atención diferenciada a los alumnos en función de variables como la raza o el sexo, ajustando así los objetivos a las expectativas previas. Esta “Educación sentenciadora” también dejó su impronta en varios modelos educativos.

Sin embargo, con el paso del tiempo, las posiciones han ido moderándose y al tiempo que las evidencias científicas demostraban el enorme peso de la herencia en las variables conductuales, aparecía el término de neuroplasticidad para atenuar su influencia y abrir nuevamente la puerta a los factores ambientales.  Las recientes aportaciones de la neurociencia suponen encontrar el necesario punto de encuentro y consenso entre ambas corrientes.  La herencia reparte las cartas pero es el ambiente el que decide las reglas del juego. Utilizando el mundo vegetal como ejemplo, la semilla sólo germina si encuentra las condiciones adecuadas para hacerlo.

Las recientes aportaciones van más allá al afirmar que el aspecto verdaderamente fundamental se encuentra en la interacción entre ambos aspectos. Así, lo realmente posibilitador es cómo el ambiente interactúa con la predisposición genética, llegando incluso a poder modificarla. Por ello hablamos de plasticidad cerebral.

Estas observaciones tienen una importancia capital para el campo educativo, pues descartan de manera contundente las teorías de “tabula rasa” en las que se compara al niño con una vasija vacía que hay que llenar de contenido. La neurociencia demuestra que los niños vienen con “equipamiento de serie”, con predisposiciones genéticas, con respuestas y preferencias programadas. Ello convierte a cada niño en un ser diferencial y único, y que consecuentemente necesitará de estímulos ambientales diferentes.

Un sistema educativo de “café para todos”, que ostente falsas pretensiones de universalidad y justicia al ofrecer a todos sus alumnos un curriculum común es, en realidad, una de las mayores afrentas posibles a la igualdad de oportunidades. Tratar a todos por igual supone ignorar la condición diferencial de cada individuo, dejar de atender sus talentos y necesidades.

Todos los niños vienen programados para el aprendizaje, esta es su principal herramienta para la supervivencia. El bebé nace con casi todo por aprender, necesita de la estimulación del entorno para desarrollar sus potencialidades. Privados de esa adecuada estimulación habrá capacidades que no llegarán a desarrollarse nunca. Es por ello que la educación debe ser sensible a estas necesidades y actuar en consecuencia, de lo contrario se hará realidad la triste sentencia atribuida a George Bernard Shaw, “Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela.


¡FELIZ REFLEXIÓN!

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